En sus años de juventud por el uso de cocaína y la infidelidad matrimonial, José Aguilú Estrada perdió su matrimonio de 9 años y como consecuencia la relación total con sus dos hijos, fruto de esta unión; así como la comunicación con su mamá.
Tiempo después conoció a su actual esposa, pero aún mantenía una doble vida, pues ella desconocía de su adicción por la cocaína que cada vez iba en aumento. Con apenas diez días de casado tuvo un accidente de auto como resultado de la combinación de drogas y alcohol. “Fue un accidente de auto bien feo donde meses después la persona con quien tuve el accidente falleció. Aunque nunca salió herido y el certificado de defunción decía ‘muerte natural’ trataron de adjudicárselo al choque. Fueron unos tiempos bien difíciles donde seguí refugiándome más en la cocaína y en vez de buscar apoyo con Dios y mi esposa no lo hice”, confesó.
Más adelante se convirtió en papá por tercera vez y mientras su niño crecía su vicio no tenía freno por lo que llegó a abusar físicamente del menor. “Inconsciente de lo que estaba haciendo cogía a mi niño y lo echaba hacia un lado de una manera fuerte. Nunca le pegué a mi esposa, pero en el transcurso de ese tiempo fui destruyendo toda su autoestima. Emocionalmente la fui destruyendo hasta el punto de que no se atrevía salir”, recordó el hombre de 52 años.
Cuando nació su cuarto bebé, esta vez una niña que según las pruebas tenía Síndrome Down, Aguilú no la quiso ver sin saber que estaba sana. Cegado por el vicio cometió un nuevo error. Luego de acomodar a su esposa en la habitación del hospital, para “celebrar” tomó la ATH de la que gastó todo el efectivo y comprometió las tarjetas de crédito. Cansada de la rutina que los destruía su esposa decidió separarse y justo ahí la invitaron al retiro de Juan XXIII donde conoció al Señor.
“Pasó el fin de semana del retiro y la busqué para llevármela a mi hogar. Cuando llegamos, yo la escucho llorando en la bañera y cuando salgo corriendo para allá pensando que se me había caído, la encontré arrodillada debajo de la ducha y me dijo que no estaba llorando de tristeza sino de alegría. En ese momento pude entender que había algo grande que había llegado a mi hogar y le pedí que me llevara a hacer el retiro porque yo quería vivir eso que ella estaba viviendo”, compartió Aguilú.
Cuando todo parecía perdido, llegó a la casa de retiro en la que pidió a Dios cuatro cosas: que lo sacara del vicio que le consumía, ayuda para recuperar a sus hijos, la restauración de su matrimonio y ganar la confianza de su madre.
Admitió que fue Dios quien verdaderamente obró en su sanación porque como dicen por ahí, “después del retiro, el cuarto día es el más importante”. Al otro día mientras trabajaba trepado en un poste reparando averías telefónicas, la persona a la que le compraba cocaína lo encontró y le tocó bocina. Sabiendo las consecuencias, no se bajó y le habló desde arriba hasta que el individuo se fue, desde entonces han pasado 16 años.
Aunque su vida no ha sido fácil porque, según dijo, gastó mucho dinero en la cocaína, destruyó una relación anterior y dejó de ver a sus hijos por 7 años, hoy día, ha recuperado de poco a poco la relación con los jóvenes de 28 y 29 años de quienes tiene cuatro nietos. Además, dio nulidad a su matrimonio anterior para casarse por la Iglesia con su segunda pareja con quien cumplirá 25 años de unión sacramental y con quien dirige el grupo de jóvenes de Juan XXIII de la Arquidiócesis hace 8 años.
Para Aguilú el motor de su conversión toma fuerza desde el amor a Dios. Aseguró que: “Ahora puedo entender que cuando ocurren cosas que no son del agrado de Dios, Él como quiera está ahí. Tenemos que dejar que obre en nosotros, ser sinceros con Él, no hay nada que Él no pueda sanar. Pero tenemos que ir con un corazón abierto para tratar de cambiar”.
A quienes aún andan por caminos oscuros, aconsejó que: “No se pongan a aventurar porque va a llegar el momento en el que se van a encontrar contra la pared y tienen que tomar una decisión de si siguen con lo que están haciendo que les va a llevar a matarse o a escoger que el Señor les está ofreciendo una vida nueva. Tenemos que hacer un alto”.