La política, que tiene un ángulo de la virtud de la caridad, no puede estar sometida a la esclavitud de girar sobre los míos, especializados en hacer favores para después pedir que se honren los mismos cuando llega el día de la cosecha eleccionaria. Esa afición por comerse un pedazo de bizcocho cuando el triunfo se haga realidad, se convierte en trampa oculta para los que logran el poder gubernamental.
El gobierno, para todos, no puede ampararse en pagar favores, ni en quedar bien en aquellos que desde la peculiar mirada se autoproclaman parte esencial de la voluntad comprometida con acoger al soldado de filas. Esa singular cooperación que se ofrece voluntariamente no tiene porqué ser pagada por los que ascienden al poder.
Cada 4 años se eligen a los que van a hacer servidores del pueblo, a los que van con conciencia limpia a respetar el cargo privilegiado. Servir conlleva retos, amplitud de criterios, un abrazo cabal para los más pobres y necesitados. Es estilo vandálico que se abre en forma estilo de lay away lleva a la ruina, a la autoproclamación del “estado soy yo”.
Es urgente la transparencia, desinfectar aquellos lugares en que se congregan los adictos al poder que emana de promesas preelectorales. Puerto Rico se merece un ciclo nuevo de maestros que expongan la lección de buenos administradores de los bienes públicos. El amiguismo, las componendas, no tienen cabida en esta situación urgente que vive el País. Es el momento de luchar contra los molinos de viento que ejercen un poderío solapado, una magia única para convertir todo lo que tocan en oro.
En los últimos cuatrienios se ha observado la poca participación de electores que no se sienten tocados por un estilo político de fervores democráticos, ni de patrocinadores de la justicia y la verdad. Prefieren quedarse en sus casas el día de los comicios que sentirse parte de un sí, sin resonancia de un nosotros, una globalización de voluntades y entendimientos en pluralidad de leyes y servicios útiles para Puerto Rico.
Convertir la política en un club privado o en un marco de referencia para obtener pingües beneficios es claudicar ante Dios y los hombres. Hay que atestiguar con ética que el poder no es para servirse, sino para dar el máximo en ideas y visión de mundo. Las distintas filosofías útiles que rondan por el País no pueden girar sobre la voluntad de un pueblo que ama a Dios y sirve a sus semejantes.
Caer en la tentación de quebrar la voluntad de un pueblo con artimañas de los “míos” es enfrentarse al no-público, a dañar la esperanza. Es propio convocar a todos para el día de la gran cosecha, pero valerse de los amigos y astutos, significa defraudar, hacer inoperante al fin público.
P. Efraín Zabala
Editor de El Visitante de Puerto Rico