En la ocasión del cuarto aniversario del fallecimiento del Cardenal Luis Aponte Martínez, sin faltar a su memoria, podríamos entonar parte de la canción del compositor Armando Manzanero, “Parece que fue ayer”, que estábamos inmersos en las honras fúnebres de nuestro “Cardenal Jíbaro” y/o “El Cardenal de la eterna sonrisa”.

Cumpliéndose ya el cuarto aniversario de su fallecimiento, aquel 10 de abril de 2012, cuando, a la edad de 90 años, y precisamente el día en que celebraba su sexagésimo segundo (62) aniversario de ordenación sacerdotal, el Señor, Sumo y Eterno Sacerdote, decidió premiarlo con su Pascua, coincidiendo la misma dentro de la Octava de Pascua de ese año.  Fueron seis días de homenaje póstumo al Sacerdote, Obispo, Arzobispo y Cardenal puertorriqueño.  Primeramente, en su Lajas natal; luego en San Germán, donde fue ordenado sacerdote; llegando a Ponce, Diócesis para la que fue ordenado sacerdote y en la que ejerció sus primeros años de ministerio sacerdotal; para la que fue Consagrado Obispo Auxiliar y luego nombrado Obispo Residencial; hasta regresar sus restos a San Juan, primero en la Parroquia Santa Teresita en Santurce por dos días, hasta ser llevado a su morada final, en la Catedral del Viejo San Juan: Basílica Menor de San Juan Bautista, título quea petición de él, fuera conferido por el Papa, Beato Pablo VI, con fecha del 25 de enero de 1978.Aunque han pasado ya cuatro años, sigo rememorando las emociones de esos seis días.  Emociones mezcladas con el sentimiento de pérdida de un ser entrañable y que, al día de hoy, sigo derramando lágrimas cada vez que visito su tumba o recuerdo anécdotas ymomentos que para él fueron significativos.

Lo entrañable para él, con respecto a su quehacer pastoral: todo lo relacionado con su querida Arquidiócesis de San Juan, por la que daba su vida si hubiera sido necesarioy por la que tanto luchó: el Seminario y sus seminaristas; nuestra Patrona, la Virgen de la Divina Providencia y la construcción del Santuario; sus parroquias, de las que disfrutaba cuando hacía las visitas pastorales durante fines de semana completos y que le permitían tener contacto directo con la gente y el clero en general, al igual que con las Religiosas y Religiosos; la visita a las escuelas católicas; los medios de comunicación: radioemisoras, Canal 13 y El Visitante; ISTEPA; sus centros de Catequesis; sus Diáconos Permanentes; la Conferencia Episcopal Puertorriqueña; el Albergue para pacientes terminales del SIDA, entre tantos otros proyectos.

En el aspecto personal: sus consabidos juegos de dominó (con chiva y todo, especialmente si era él quien las daba); sus preferencias culinarias: serenata de bacalao con sus viandas y aguacate; el arroz blanco con tocino, “corned beef” y amarillitos por el lado; los mangós mayagüezanos y las quenepas de Ponce, entre tantas otras cosas que por falta de espacio no puedo seguir enumerando.

Todavía recuerdo el homenaje póstumo que el pueblo puertorriqueño quiso darle como su último adiós, pero recuerdo con más cariño las expresiones que sus hermanos en el Episcopado le dedicaron durante sus funerales. El Señor Arzobispo, Mons. Roberto expresó, haciendo alusión al título de las memorias escritas por el Cardenal: ¿Por qué a mí?, es la pregunta que se hace toda aquella persona que reconociéndose indigno ante Dios, se desborda en agradecimiento y júbilo por las bondades y las maravillas que ha obrado el Señor. Los que tuvimos el honor de conocerle (al Señor Cardenal) y reconocerle su labor, sabemos cuál es la respuesta: por su sí a la voluntad del Padre, por su fidelidad; por su entrega, por su corazón de pastor, por sus dotes de administrador, por su compromiso con el Evangelio, por su celo pastoral, por su lealtad a la Iglesia, por su espíritu emprendedor, incansable, por su don de gente, por su gran amor a Puerto Rico y a los puertorriqueños y a las puertorriqueñas.”

El Padre Obispo Rubén expresó, durante la celebración en la Parroquia Santa Teresita en Santurce: “El Cardenal Aponte Martínez fue un hombre consciente de la misión que Dios le había encomendado. Como buen sucesor de los apóstoles no tuvo miedo de anunciar con rectitud los valores del Evangelio. Solía decir, “no quiero ser un perro mudo”. Él supo armonizar la firmeza de la doctrina con la sana tolerancia, y esto  lo llevaba a  escuchar y analizar las diversas opiniones con sencillez y serenidad. Era exigente, ahora bien, sabía dialogar y comprender. Disfrutaba mucho al estar con su familia, de la cual se sentía muy orgulloso.Fue Padre, Pastor, amigo y hermano. Hoy damos gracias a Dios por su vida, por su entrega, por su ministerio, porque nos enseñó muchas cosas, entre ellas, que un jíbaro puertorriqueño no se rinde y que con la ayuda de Dios y de María Santísima, Madre de la Divina Providencia,  podemos  lograr las metas que nos hemos propuesto.”

Las expresiones del Obispo Álvaro Corrada del Río, en Lajas fueron: “Amó a Cristo sobre todo y creció hasta amarlo ardiente y fielmente. Amó a la Iglesia, esposa de Cristo, y fue muy celoso de su presencia en Puerto Rico. Él amó a los Santos Padres, a los Papas que él conoció y en dos ocasiones ayudó a elegir. Fue fiel y solícito con ellos. Me alegra predicar esta noche ante el cuerpo de este sacerdote, Arzobispo y Cardenal nativo de Lajas rodeado de sus familiares y compueblanos.”

Monseñor Félix Lázaro Martínez, ahora Emérito de la Diócesis de Ponce, manifestó: “Si la llegada del primer hombre a la luna supuso la humanización del satélite que alumbra las noches, la dignidad cardenalicia otorgada a Luis Aponte Martínez supuso la dignificación de la Iglesia y del pueblo de Puerto Rico, al reconocer en él, y premiar en él, a un hijo de esta noble Isla de Borinquen, cuyas credenciales han sido el trabajo y el servicio a su pueblo.”

Y ya en la Misa Exequial, presidida por el Cardenal Carlos Amigo, Arzobispo Emérito de Sevilla, España, expresó: “Acaba de morir nuestro hermano, nuestro sacerdote, nuestro obispo, nuestro cardenal. ¿Dónde vais a depositar su cuerpo? ¿En qué lugar lo queréis enterrar? ¿En Lajas, donde naciera? ¿En Ponce, donde ejerciera su ministerio como obispo? ¿En San Juan, que fue su sede arzobispal metropolitana? Sin duda alguna, el Cardenal Aponte Martínez nos diría: No quiero que busquéis mi sepultura en parte alguna del mundo, pues quiero que encontréis siempre viva mi memoria en el corazón de aquellas personas que me han conocido.Si tuviéramos que resumir la vida y la obra del Cardenal Luis Aponte Martínez, lo podríamos hacer de esta manera: fue un cristiano fiel a Jesucristo, un sacerdote celoso en su ministerio pastoral, un obispo entregado al cuidado de su diócesis. Y siempre con la sonrisa en los labios y el corazón henchido de amor a cuantos a él se acercaban.Y porque nuestro hermano Cardenal difunto no quería ser ajeno a cuanto de  humano había a su lado, durante toda su vida resplandecería en él un indisimulado amor a su casa y familia, a su gente, a su pueblo, a su patria, a Puerto Rico. Porque Puerto Rico no era simplemente el lugar donde había nacido. Era una vida que vivía en él.  Un cristiano, un sacerdote, un obispo, un cardenal que, como amaba sincera y profundamente a Dios, en ese corazón de Dios aprendió también el amor a lo que era un regalo que Dios le había dado: el haber nacido y el poder servir a su querido país: Puerto Rico.Pasó entre nosotros haciendo el bien y su memoria permanecerá en el altar de nuestras mejores ofrendas al Señor. Así recordamos –que es pasar de nuevo por el corazón- al que tanto bien nos hizo con su vida y su ministerio sacerdotal y episcopal, pues no saben que tú vives y descansas en la paz del Señor. Al encontrarte con Dios, háblale de nosotros, de tu sucesor, el Arzobispo Roberto González Nieves, y de todos los Obispos de esta querida Iglesia puertorriqueña y, sobre todo, no te olvides de decir a Dios que bendiga y ampare siempre a la tierra y a las gentes que amaste con todo el corazón, serviste con fidelidad y llevaste cada día en el altar de tus oraciones. Que la memoria de tu vida llene de esperanza a esta Iglesia y a éste tu querido pueblo de Puerto Rico. Amén.”

Después de recordar y enumerar tantas expresiones de admiración que sus hermanos en el episcopado le rindieron, y a quienes él tanto admiraba y cuidaba como un padre a sus hijos, qué más puedo añadir. Mi corazón de hija adoptiva (ya que para esta servidora fue como un padre), tengo que dirigirme, en especial, a las nuevas generaciones. A aquellos y aquellas que tal vez no lo conocieron y/o no lo recuerdan, para que estén conscientes de que la historia, no solo de la Iglesia Católica, sino de Puerto Rico como nación y patria, no puede escribirse sin recordarlo. Su vocación sacerdotal era su vida.Siempre decía que si volvía a nacer, sin dudarlo, volvería a ser sacerdote. Al ser consagrado Obispo, segundo Obispo puertorriqueño luego del Obispo Juan Alejo de Arizmendi, su tesón y compromiso permitió que fuera digno de recibir el capelo cardenalicio (5 de marzo de 1973), el que siempre dedicó con orgullo a su Islita querida, Puerto Rico, y en especial, al Barrio La Haya en su natal Lajas, donde desde su cuna humilde nació su vocación y fidelidad a Dios y a la Iglesia.

Cierro este escrito con la súplica de que siempre que oremos, ofrezcamos una oración por su eterno descanso y que siempre que vayamos a la Catedral de San Juan, donde reposan sus restos, le visitemos y, como él siempre decía:  “Recen un Padrenuestro por mí”.  Que así sea.

(Miriam Ramos Rodríguez)

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