Naida Costa Marcucci
Coordinadora Divina Misericordia
Diócesis de Ponce


Se dice que el tiempo de Dios no es el mismo de los hombres. Aunque muchos conocemos que es cierto, también debemos reconocer cuando ese tiempo se prolonga con Sus palabras, signos y señales. Fue el año 1998, un Segundo Domingo de Pascua, cuando nuestro hoy San Juan Pablo II reflexionando en el Evangelio se expresó de esta manera: “Cristo resucitado llama a los Apóstoles a ser mensajeros y ministros de su amor misericordioso, y, desde ese día, de generación en generación, resuena en el centro de la Iglesia este anuncio de esperanza para todos los creyentes: ¡Bienaventurados los que abren su corazón a la Misericordia Divina!”.

Hoy, 18 años más tarde estas palabras continúan resonando en cada rincón de la tierra, recordando a todos el valor de esta gran verdad. Desde el mismo centro de la Iglesia brota un grito de Misericordia. Lo vemos y lo sentimos en nuestro interior, en los hermanos necesitados, así como también en la figura del Santo Padre, el Papa Francisco, quien también decidió convocar para este año el Jubileo Extraordinario de la Misericordia.

En su primer Ángelus, después de haber sido elegido nuevo sucesor de Pedro, Francisco habló de la Misericordia. También lo hizo en su primera homilía, el domingo 17 de marzo en la parroquia de Santa Ana. Pero el Papa asegura: “No ha sido una estrategia, me ha venido de dentro: el Espíritu Santo quiere algo”. Dice que ha tenido varias razones para convocar el Jubileo, entre estas está que considera obvio que el mundo de hoy tiene necesidad de misericordia, tiene necesidad de compasión y de descubrir que Dios es Padre, que tiene misericordia. Según Francisco, Pablo VI acentuó con fuerza el tema de la Misericordia y fue San Juan Pablo II el que lo subrayó con la Encíclica Dives in Misericordia. A su vez, canonizó a Santa Faustina Kowalska, quien recibió el encargo de Jesús de promover la devoción a la Divina Misericordia e instituyó además la Fiesta de la Divina Misericordia en la Octava de Pascua, enriqueciéndola con la Indulgencia Plenaria. El Santo Padre afirma que de esta manera retoma “una tradición relativamente reciente, si bien siempre ha existido. Me he dado cuenta de que se debía hacer algo para continuar esta tradición”. Y revela: “He sentido que Jesús quiere abrir la puerta de Su corazón, que el Padre quiere mostrar Sus entrañas de misericordia, y por eso nos manda el Espíritu: para moverse y para movernos”.

Es evidente el camino marcado por la acción misericordiosa de Dios y cómo impulsa a sus elegidos a seguirle. Por la excesiva Misericordia de Su corazón, Jesús nos ofrece e invita a celebrar la Fiesta de la Misericordia, el Segundo Domingo de Pascua. Él desea que nos acerquemos con confianza absoluta, para que el milagro de la Divina Misericordia nos restaure y resucite en toda su plenitud. Además nos pide que seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones, “porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil” (Diario, 742). Le reveló a Santa Faustina: “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas, especialmente, para los pobres pecadores […] Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de Mi misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas”. (Diario, 699).

La Fiesta de la Divina Misericordia tiene como objetivo hacer llegar a nuestros corazones el que Dios es Misericordioso y nos ama a todos. “En este día están abiertas todas las compuertas divinas a través de las cuales fluyen las gracias. Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata”. (Diario, 699).

Jesús ya ha abierto de par en par Su corazón para recibirte, pide que le abras el tuyo para Él poder actuar. Abre tu alma, tu entendimiento y la vida entera a Aquel quien es la Misericordia.

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