Padre Carlos González y su experiencia con el cáncer
Permíteme no rezar para ser protegido de los peligros,
sino para afrontarlos sin temor.
Permíteme no rogar para que se aplaque mi dolor,
sino para que el corazón lo conquiste.
Permíteme no anhelar con angustioso temor el ser salvado,
sino confiar en tener la paciencia para ganar mi libertad.
Rabindranath Tagore
Como los versos del poeta indio Rabindranath Tagore, la vida del Padre Carlos González de los Hermanos de la Sociedad Fraterna de Misericordia ha sido un continuo confiar en Dios en toda situación. Ya sea en la India auxiliando a personas leprosas, o en Puerto Rico atendiendo a pacientes con sida. Lo cierto es que, de una u otra forma, este sacerdote ha estado en diversas ocasiones frente a frente a la muerte. Y no tan solo porque su vocación por los olvidados lo llevó a tal situación, sino porque ha tenido que enfrentar un diagnóstico de cáncer.
A continuación El Visitante comparte con sus lectores algunas reflexiones de P. Carlos González acerca de cómo el cáncer impactó su vida, enfermedad que para el 2020 – y según estudios especializados- una de cada dos personas sufrirá debido a los cambios en el promedio de edad de la población.
Cuando recibió nuestra llamada P. Carlos estaba de visita en Madrid; en ese momento se encontraba frente a la Catedral de Nuestra Señora de la Almudena. En tal escenario respondió generosamente nuestras preguntas.
Sobre lo primero que sucedió tras el diagnóstico, manifestó: “Cuando me dijeron que tenía cáncer y que era terminal pensé en que tenía cosas que hacer inconclusas. No le tenía miedo a la muerte sino a dejar tantas cosas inconclusas”. Luego del shock inicial se percató de lo que estaba sintiendo: “De momento me vino a la mente que pensar eso era un acto de soberbia, porque este trabajo es de Dios y se da en Su tiempo. Me dio tranquilidad pensar que yo era solo un instrumento. Como decía Madre Teresa: ‘Uno nada más es un lápiz en la mano de Dios’. Y si uno escribe es porque Dios lo mueve”.
A partir de ese momento P. Carlos aceptó la situación con serenidad: “Le dije: ‘Bueno, Señor, que se haga todo según tu voluntad. Tú sabes lo que haces. Lo único que te pido es que no me sueltes en el camino’”.
También le llenaba de sosiego recordar unos versículos de la segunda carta de san Pablo a Timoteo: He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación. (2 Tim 4, 7 y 8)
Padre Carlos reconoció, sin embargo, que lo más importante fue contemplar el crucifijo: “Recuerdo que yo estaba en la cama y miraba mucho el crucifijo y el crucifijo fue lo que me dio la fuerza y capacidad para responder. En ese momento me di cuenta de cómo Dios trabaja. Reconocí que Cristo redimió al mundo clavado de una cruz, imposibilitado de moverse, con grandes dolores. Y entendí que no tenía que estar saludable ni tenía que estar fuerte sino aceptar la voluntad de Dios. Acepta la cruz, básicamente”.
A nuestra pregunta de qué fue lo más difícil durante aquellos días, el presbítero expresó: “Reconocer mi humanidad y las debilidades humanas porque se pelea con la soberbia propia que a veces nos hace creer que somos tan necesarios. Y eso no ha sido fácil en el proceso. Uno tiene que ser humilde. Tengo que recordar constantemente lo que decía la Madre Teresa, que Dios no llama a que hagamos cosas grandes sino que seamos fieles en las cosas pequeñas”.
No es de extrañar que Padre Carlos González tenga como referencia las palabras de la hoy Beata Madre Teresa (que será canonizada el próximo 4 de septiembre), pues durante su juventud trabajó como voluntario en su congregación. Sin duda esa actitud compasiva hacia los más necesitados fue alimentada por la admiración que sintió durante su infancia por la obra del apóstol de los leprosos en Molokai, Padre Damián de Vuester; y por la obra del filósofo y médico misionero Albert Schweitzer.
La ruta de Padre Carlos para llegar al sacerdocio no fue la tradicional. Luego de su experiencia con Madre Teresa, y mientras estudiaba medicina, vivió ayudando a leprosos en la India. Años más tarde, cuando llegó a Puerto Rico, empezó a trabajar en salas de emergencias y con pacientes de Sida. Esos acontecimientos fueron fortaleciendo su llamado. Al respecto, rememoró: “Me vi con tanta muerte, con tanto dolor, tanto abandono y rechazo que me di cuenta que lo importante ya no era luchar contra la muerte; comprendí que darse a esas personas exigía una entrega más completa, una entrega total. Y eso me llevó, poco a poco, a darme cuenta de esa llamada especial, una en la que me dedicara al servicio de los más pobres y de los marginados, de los que nadie quiere”.
Esas experiencias lo llevaron a fundar en 1997 la Sociedad Fraterna de Misericordia que es una Sociedad de Vida Apostólica destinada a llevar el mensaje de la misericordia de Dios a los rechazados por el mundo. Hoy día, junto a sus hermanos, atiende la Parroquia Nuestra Sra. del Carmen en Mayagüez, y a través de los años ha impulsado proyectos como la Comunidad Belén (hogar permanente para personas que no tienen donde pasar sus días dignamente) y el Centro de Apoyo a la Familia y Capacitación Social donde se ofrecen cursos para adultos y tutorías, entre otros. El 1ro de octubre de 2004, a los 52 años, Padre Carlos recibió el don del Sacramento del Orden Sacerdotal.
Durante su experiencia con el cáncer, Padre Carlos se ha sentido acompañado por su comunidad apostólica así como por los fieles. Entre unos y otros organizaron una jornada de oración ante el Santísimo por su salud que todavía se mantiene para pedir por otras personas. También comenzaron un fondo especial para ayudar a quienes no tienen la capacidad de pagarse medicamentos. “Todo eso salió de esa intención de orar por mi salud. Eso me da mucha fuerza porque ves que muchos de esos actos de misericordia surgieron por mi enfermedad. Hasta cierto punto el cáncer fue un recurso para evangelizar en la misma comunidad”, reflexionó.
Van 8 años desde que Padre Carlos González recibió la noticia de que le quedaban de 36 a 48 horas de vida. En este tiempo ha aprendido que es el Señor quien le lleva de la mano, enseñanza por la cual se exige una fidelidad aún mayor a su vocación sacerdotal y como hermano de la Sociedad Fraterna de la Misericordia: “Yo sé que si estoy aquí, después de haber estado tan cerca de la muerte, es porque el Señor me tiene para algo por lo que tengo que serle fiel”.
A las personas que están pasando un diagnóstico de cáncer, Padre Carlos ofreció la siguiente exhortación: “Tenemos que reconocer que la vida no termina para el cristiano, que la muerte no es nada más que un paso en la vida. Hablen con Dios para que los lleve de la mano y para que acepten el proceso, porque nosotros por nuestras propias fuerzas muchas veces no podemos hacer nada. No debemos agarrarnos del miedo sino de la fe en Aquel que nos lleva porque nos amó y porque todos vamos a pasarlo. Lo que pasa es que unos lo pasan sin agarrarse de las manos del Amor Encarnado y otros lo pasan más tranquilos agarrados a Él como el niño pequeño que va de la mano de su mamá y siempre se siente seguro”.
Inspirador, por varias razones y la principal, desde mi punto de vista es que se escribe no desde una teoría. Y sí desde la vivencia y la experiencia.
Hoy, donde el mero hecho de vivir se hace difícil y bastante angustioso e incierto, nos da la pauta.
Vivir, ocuparnos, marcar buen paso y confiar.
Un testimonio admirable y motivador!!Dios lo bendiga y le conceda la salud!