El Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús, porque Él ha venido “para que tengamos vida y vida en abundancia”. (Jn 10, 10). El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios. Lo sublime de esta vocación sobrenatural manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana (Evangelium Vitae 1, 2). La Iglesia ve en cada hombre, la imagen de Dios . “Puesto que en el rostro de cada hombre resplandece algo de la gloria de Dios, la dignidad de todo hombre ante Dios es el fundamento de la dignidad del hombre ante todos los hombres” (Gaudium et Spes, 29).

La Iglesia siempre ha defendido la universalidad e inviolabilidad de los derechos humanos. Nos dice el Compendio de la Doctrina Social: “La fuente última de los derechos humanos no se encuentra en la mera voluntad de los seres humanos, en la realidad del Estado o en los poderes públicos, sino en el hombre mismo y en Dios su Creador”. Por eso es muy importante definir cuándo comienza la vida. En ese mismo instante debe ser reconocido el derecho primordial de todo ser humano, que es el derecho a la vida.

La comunidad científica entiende que el momento de la fertilización es el inicio de un proceso e interdependiente que marca el inicio de una nueva criatura, con características únicas y capacidad de desarrollarse plenamente. El ser humano ha de ser respetado, como persona, desde el primer instante de su existencia y la vida ya concebida ha de ser salvaguardada con extremos cuidados desde el momento de la concepción. San Juan Pablo II, en su Encíclica Evangelium Vitae (1995), expone su postura en contra de todo aquello que niegue la vida que nos ha sido dada por Dios, por lo que la anticoncepción, el aborto, las técnicas de reproducción artificial y la eutanasia son moralmente censurables.

El progreso de las ciencias biológicas y médicas ha permitido a la humanidad adquirir nuevos poderes sobre el inicio de la vida, nuevas técnicas para dominar los procesos de procreación y de ingeniería humana. En su Instrucción sobre el respeto a la vida humana naciente (1997), San Juan Pablo II expone que desde el momento en que el óvulo es fecundado se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Por tal razón los embriones humanos, incluso los “ïn vitro” son seres humanos y sujetos de derechos. Respecto a las intervenciones terapéuticas sobre el embrión humano, son lícitas, siempre que respeten su vida e integridad y que no lo expongan a riesgos desproporcionados. Sin embargo, la experimentación no directamente terapéutica sobre embriones humanos es ilícita. Por ejemplo, es inmoral producir embriones humanos para ser explotados como material biológico disponible.

El respeto a la vida nos lleva a reconocer que la eutanasia es un acto inmoral. En el Discurso de  Juan Pablo II Sobre estado vegetativo y eutanasia, se afirma que el valor intrínseco y la dignidad personal de todo ser humano no cambian, cualesquiera que sean las circunstancias concretas de su vida. Un hombre, aunque esté gravemente enfermo o se halle impedido en el ejercicio de sus funciones más elevadas, es y será siempre un hombre; jamás se convertirá en un vegetal o en un animal. El hacer morir nunca puede considerarse un tratamiento médico, ni siquiera cuando la intención fuera solo la de cumplir con una petición del paciente (Evangelium Vitae, 89).

Para el cristiano la vida humana es la posibilidad que Dios nos concede de alcanzar la vida eterna. La dignidad del hombre es un valor absoluto, y la vida humana siempre ha de ser defendida y protegida, independientemente de lo que establezcan las leyes o los medios de comunicación como lícito.

Nélida Hernández

Consejo de Acción Soical Arquidiocesano

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