Con el color litúrgico rojo como símbolo de pasión, sangre y amor, el Domingo de Ramos da inicio a la Semana Santa, tiempo que enmarca los últimos acontecimientos en la vida pública de Jesús. La celebración previa al triduo pascual establece también el final de los 40 días de la cuaresma que comenzó el Miércoles de Ceniza. La celebración de Domingo de Ramos se divide en dos partes: comienza con la procesión de los ramos y luego, la proclamación de la Palabra con el relato de la Pasión, continuando después con la Santa Misa como de costumbre.
El origen de esta conmemoración proviene de los evangelios que narran el momento en que Jesús hace entrada en Jerusalén montado en un asno, y es proclamado por la gente del pueblo como rey y Mesías. “Estas aclamaciones eran símbolo de alegría y alabanza a Dios porque los judíos pensaban que les llegaba su liberador”, explicó Padre Felipe Fernández Gutiérrez, sacerdote agustino y vicario de la Parroquia San Francisco de Asís de Aguada. Aún así, al ver Jesús cómo lo recibieron, “manifiesta que él no es un rey con poder – tradicional –, sino que viene a enseñarnos el verdadero poder: el amor”.
En la antigüedad, a los reyes se les hacía un camino alfombrado con plantas y ramas de árboles, y se le clamaban vítores por su llegada al pueblo. Por eso la razón de la tradición de portar ramos de olivo o palmas durante este domingo, y la actitud de alegría y celebración. Aquel día en Jerusalén, las personas creían que el reino del “hijo de David” sería uno de poder político y con armamentos, cosa que Jesús aclaró que no necesariamente era así. Sin embargo, en el caso de los cristianos, añadió P. Felipe, que proclamamos a Jesús como rey de nuestras vidas para que venga a reinar en nuestros hogares, nuestras ciudades y parroquias, no como un rey que domina y oprime, sino para servir: «Hagan como el Hijo del Hombre, que no vino para ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20, 28).
Esta tradición continúa bastante vigente y arraigada al pueblo devoto en la actualidad. Según establece el Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia publicado por la Santa Sede en el 2002, “a los fieles les gusta conservar en sus hogares, y a veces en el lugar de trabajo, los ramos de olivo o de otros árboles, que han sido bendecidos y llevados en la procesión” de Domingo de Ramos. Es importante recalcar que el atractivo de la celebración no debe ser el obtener un ramo o una palma, sino “participar en la procesión” y proclamar a Cristo como verdadero Mesías que ha venido a salvarnos. “La palma y el ramo de olivo se conservan, ante todo, como un testimonio de la fe en Cristo, rey mesiánico, y en su victoria pascual”.
Aunque los ramos más utilizados son de palma o de olivo, en otros lugares se obtienen también de árboles nativos o abundantes en la zona. Estos ramos son conservados por los fieles hasta la próxima cuaresma cuando son quemados para obtener las cenizas que se imponen el Miércoles de Ceniza. Cabe destacar que los ramos no deben guardarse o exhibirse “como si fueran amuletos, con un fin curativo o para mantener alejados a los malos espíritus y evitar así, en las casas y los campos – o en los vehículos –, los daños que causan, lo cual podría ser una forma de superstición” (Santa Sede).
Por último, el sacerdote agustino invitó a aprovechar la Semana Santa, “tiempo favorable para el hombre de parte de Dios. Es un tiempo especial de gracia y bendiciones. […] Que este tiempo nos ayude a pasar de esta vida de hombre viejo al hombre nuevo, del pecado a la gracia. Este Domingo de Ramos nos debe ayudar a entrar en el espíritu de sencillez y humildad, para que Cristo viva y resplandezca en nosotros, y que sea acogido por los que nos rodean […] Seamos portadores de Cristo, que él brille”.
Jorge L. Rodríguez Guzmán
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