Sin duda te habrás encontrado con alguno. Yo también. Este había recibido su formación católica en un colegio cuidadoso de este objetivo. Había recibido todos los sacramentos, incluido el del matrimonio, aunque terminó divorciado. Después del divorcio vivió la vida loca. Encontró entonces un grupo cristiano donde se leía mucha Biblia, cánticos inspirados, fe emocionada hasta las lágrimas. Añoraba ciertamente su tiempo de católico, la Eucaristía, sobre todo. Como le seguían los problemas emocionales, también indagó en las cartas del Tarot, buscando dirección y futuro. “Y me revelaban cosas que me habían pasado. Claro, es que antiguamente me echaron un brujo, y hay que deshacerlo…”.
Este tipo de cristiano vive más enredado que un espagueti. Como “Dios está en todos”… de todos recoge algo. Es la religión-supermercado. Compras aquí el jamón que está en especial, y el queso en el otro que es más barato. O sea, en definitiva, el cristiano popurrí termina creando su propia religión, como quien va al sastre para un traje a la medida. No es extraño, y doloroso, que por esta mentalidad, en vez de conseguir la unidad con las iglesias históricas, más serias en su comportamiento, hemos creado más división. Cada vez nacen más cubículos de fe, iglesias Inc., que se asemejan a los hongos cuando pasa la lluvia. Con las Iglesias históricas se han logrado diálogos teológicos serios para entender nuestras diferencias. Con lo nuevo es difícil, pues se cree el pastor inspirado por el Espíritu, una vez que leyó la Biblia y la lleva continuamente bajo el brazo. Y más doloroso el hecho, si el nuevo quiosco religioso se convierte en negocio.
El buen cristiano no puede negar que en otros grupos cristianos hay elementos genuinos deseados por el Señor. De hecho, el 95 % de nuestras prácticas coinciden al beber todos del mensaje bíblico. Pero los buenos cristianos quieren ser fieles a todo lo que Jesús enseñó y su comunidad vivió durante siglos, lo entendió y legó a otras generaciones. Y esa plenitud del mensaje de Jesús humildemente reconocemos que está en nuestra comunidad católica. Por errores y pecados que históricamente nos mancharon, debimos poner la corrección a tiempo. Tal vez entonces no lo hicimos o tardó demasiado, dando razón sobrada a otros de querer afianzar lo cristiano. La pena es que, algunos, por botar el agua sucia de la palangana, botaron también al niño que se bañaba en ella. Si unas prácticas son comunes (lectura bíblica, canciones inspiradas, oración)… ¿por qué no las vivimos en nuestra propia comunidad? Y si tu parroquia concreta es floja en ese punto, o no te satisface, tienes siempre la libertad de buscar alguna parroquia conforme con tu necesidad espiritual. El lagartijo y el electricista trepan postes, pero no son lo mismo.
Un ecumenismo mal practicado puede llevar a la contradicción. Y llevar al relativismo religioso. No puede significar que todo es lo mismo, todo tiene el mismo valor. El buen ecumenismo comienza por el conocimiento profundo de lo propio. Por eso bien se enuncia que ‘un católico ignorante es futuro protestante’. El buen ecumenismo reconoce y alaba los elementos del Evangelio que viven otras comunidades, parte siempre de la buena voluntad de esas personas que nacieron y vivieron esas prácticas de fe; en lo común de todos nos unimos con fervor, pero no llega a la conclusión que da lo mismo una cosa que otra. O que son meramente diversas estaciones del mismo clima y espacio geográfico. El criterio sería el de San Agustín cuando proclamaba: “En lo cierto unidad, en lo dudoso libertad, en todo caridad”. O como decía el filósofo: “soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”.
(P. Jorge Ambert S.J.)