Jeremías nos dice que su vocación al profetismo fue una llamada amorosa de Dios que lo enamoró.
En la Carta a los Romanos San Pablo nos exhorta a ser santos, limpios de cuerpo y alma, para así encontrarnos con Dios.
En el Evangelio de San Mateo, Jesús, luego de escandalizar a los Apóstoles, les presenta la gran definición de qué es ser cristiano.
Cuando veía a los jóvenes de la JMJ con su entusiasmo y su entrega a Jesucristo, me acordaba de mí mismo, cuando estaba en la escuela superior y sentí mi vocación sacerdotal. Fue un enamoramiento, un enchule con Jesús, un deseo de pertenecerle a Él y hacer todo lo que Él me pidiera. Eso me llevó a involucrarme más con los eventos de mi Parroquia de San Martín de Porres, como ser catequista, la pastoral juvenil, ayudar a mi párroco, etc., hasta que entré al Seminario. Desde ese momento, mi amor por Cristo y mi entrega a ÉL fueron in crescendo. Desde que sentí mi vocación al sacerdocio hasta el sol de hoy, han pasado 42 años. El amor crece.
De esto trata Jeremías cuando, compartiendo con nosotros su historia vocacional, lo dice a manera de una conversación amorosa con Dios. En esa conversación, Jeremías expresa todos los sufrimientos que ha tenido que pasar por serle fiel a Dios. La realidad es, que toda vocación es un llamado al amor y, todo llamado al amor, implica lágrimas, sacrificios por el ser amado. Pensemos en nuestros matrimonios, en nuestros hijos: ¿no se han derramado lágrimas por esas personas que amamos? Pues cuando se trata de nuestra relación con Dios, una relación basada en el amor, obviamente las lágrimas y los sacrificios por Dios están ahí. Jeremías, en su libro, nos comparte todos los sacrificios y las lágrimas que ha tenido que derramar por denunciar los pecados de Jerusalén, pero no se arrepiente de ello puesto que todo ha sido un acto de amor a Dios. Y, cuando amamos a Dios de verdad, luchamos por presentarnos a ÉL puros y limpios, como nos habla San Pablo en la segunda lectura de hoy.
Pero, como siempre, Jesucristo da un paso más al frente para retarnos. Volviendo al “turning point” de la semana pasada, cuando Jesucristo les hacer la gran revelación de que iba a morir en la Cruz en Jerusalén, fue como derramarle un balde de agua fría a los Apóstoles. San Pedro, en su candidez, trata de convencer entonces a Jesucristo para que dé la media vuelta y se regresen a Galilea para salvarse de esa muerte anunciada. Ahí es que Cristo lanza ese famoso grito que nosotros conocemos, “Apártate de mí Satanás…”, para entonces lanzar la gran definición de lo que es un cristiano: “El que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, cargue con su Cruz y sígame”.
¡Eso es lo que es ser cristiano: ser un seguidor de Jesucristo con la Cruz que nos toca! De hecho, cuando Jesucristo se dirige a cada uno de nosotros, lo hace con la palabra que nos cambia los muñequitos: “Sígueme”. Un cristiano es un seguidor de Jesucristo a donde y por donde Jesucristo nos quiera llevar, con Cruz incluida. Jesucristo no viene a facilitarnos la vida, sino que nos reta a esa aventura de amor que es la de seguirlo. ¡NUNCA nos ha prometido hacernos las cosas fáciles! ¿Lo amas lo suficiente para seguirlo sin excusas?
Padra Rafael “Felo” Méndez,
Para El Visitante