Los acontecimientos acaecidos en las pasadas semanas generan una sensación de profunda crisis en las esferas gubernamentales. Hay indignación en la población y suscitan los hechos interrogantes que requieren respuesta sin doblez ante las denuncias gravísimas de los esquemas de apropiación ilegal y traqueteo de contratos en varias dependencias de gobierno.

Inmersos como estamos en una crisis fiscal sin precedentes, viviendo aún las secuelas dejadas por la devastación del Huracán María, es un descaro que algunos se aprovechen de la desgracia de un pueblo herido para obtener ganancias lucrativas. Es aún mayor descaro que el ansia lucrativa esté ligada a la aportación que se hace en campañas políticas, sea monetaria o de tiempo invertido en procurar que los incautos apoyen determinados partidos y candidatos.

Es conocido que en las últimas décadas los puestos de gobierno se llenan de las llamadas batatas políticas, careciendo en la mayoría de los casos de méritos obtenidos por el estudio o la capacidad. Ello en menoscabo de los servicios que requieren los ciudadanos, que muchas veces solo reciben maltrato y esperas prolongadas para asuntos que podían atenderse rápidamente.

Los que carecen de juicio crítico y son meros fanáticos se escudan en los escándalos del otro partido y utilizan los medios para ventear los trapos viejos de otros. Tal postura refleja complicidad y justificación de los actos de corrupción cuando son realizados por los del combo sin generar la indignación que sería exigitivo para propiciar una real transformación de las estructuras de gobierno.

Un gobierno debe servir sin distinción de colores ni ideologías. Ningún gobierno puede convertirse en partidocracia o peor aun en demonocracia, pretendiendo ejercer una dictadura de pensamiento único. Resulta un espectáculo indigno de un pueblo con madurez democrática la defensa a ultranza de hechos que levantan serias dudas en el cómo se manejan los bienes públicos y se atienden las necesidades de los más vulnerables de la sociedad.

Es sospechoso que en lugar degenerar investigaciones serias y totalmente transparentes se genere una suspicaz persecución de quienes denuncian. Pareciera que las fuerzas de seguridad que deben servir de protección de los ciudadanos sean utilizadas para una cacería de brujas con el fin de callar a quienes pueden aportar pruebas de la corrupción rampante en los estamentos públicos. Es lamentable que dependamos de investigaciones externas, que tengan que intervenir foráneos para poner la casa en orden o al menos limpiar algo de la podredumbre que abunda en ciertas dependencias de gobierno.

Quienes en virtud de nuestro adhesión a la justicia social que emana del Evangelio hemos de asumir una postura de vigilancia, de crítica constructiva y de acción solidaria para provocar una auténtica renovación de las estructuras. El servicio público debe recobrar su mística de ser un camino de total lealtad al pueblo, que es destinatario de los bienes comunes y al mismo tiempo quien posee la autoridad soberana.

Basta ya de ser meros espectadores, peor aún, focas amaestradas que parecieran carecer de capacidad pensante. El mal, la corrupción, venga de donde venga merece nuestra repulsa, indignación y coraje para destruirla.

Padre Edgardo Acosta
Para El Visitante

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