La Doctrina Social de la Iglesia establece que las empresas han de tener una función social, que va más allá del lucro, hacia un mejoramiento de la sociedad y una contribución al Bien Común. Por eso identifica a las empresas cooperativas como un ejemplo positivo, en la dirección correcta, para construir “una economía verdaderamente al servicio del hombre y elaborar un proyecto de cooperación real entre las partes sociales” (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 339). En muchas ocasiones, como lo ha sido en el caso de Puerto Rico, la Iglesia Católica ha sido parte importante del movimiento cooperativo.
El cooperativismo nace, como movimiento, en 1844 en Inglaterra, cuando un grupo de 28 trabajadores, 27 hombres y 1 mujer de la industria textil de la ciudad de Rochdale, que se habían quedado sin empleo tras una huelga, constituyeron una empresa a la cual aportó cada uno, una pequeña cantidad de sus ahorros para lograr reunir 28 libras. Sus fundadores crearon conciencia de que en la unión radicaba la fuerza para que los trabajadores, consumidores y productores pudieran obtener un beneficio mayor, si se integraban en asociaciones voluntarias, llamadas cooperativas. Tuvieron también la visión de hacer de esta forma de organización un movimiento que trascendiera países, mediante la solidaridad entre las diferentes asociaciones cooperativas y su integración en la Alianza Cooperativa Internacional.
Las cooperativas se fundamentaban en principios éticos universales que definieron unas políticas administrativas que enfatizaban el apoyo mutuo, el esfuerzo propio, la toma de decisiones mediante la participación democrática, igualdad de deberes y derechos de los asociados, justa distribución de los excedentes (ganancias), calidad de los productos, solidaridad, libre asociación y la educación de los socios. Los objetivos de estas sociedades eran ser protagonistas de un proceso que les permitiera a sus socios salir de la miseria. Aunque las cooperativas promovían la neutralidad religiosa y política, cumplían cabalmente con los principios de la Doctrina Social de la Iglesia.
Puerto Rico no fue ajeno a la difusión de estos principios organizativos y en 1873, se solicitó al Gobernador General la aprobación de un reglamento para crear una sociedad denominada Los Amigos del Bien Público. Esta asociación buscaba apoyar el desarrollo de reivindicaciones sociales y económicas, en beneficio del movimiento obrero. A partir de esta sociedad cooperativa, surgieron en Puerto Rico otras asociaciones, inspiradas por los principios cooperativistas.
La historia del cooperativismo, en Puerto Rico, está enlazada con la contribución de la Iglesia Católica, mediante la participación de varios clérigos. Se destaca entre estos el Padre Joseph MacDonald, quien contribuyó a la formación de los cooperativistas durante los años 1945-1946. Mediante su experiencia en Canadá, contribuyó a difundir los ideales cooperativistas y apoyó el inicio de cooperativas, principalmente de ahorro y crédito. Las comunidades parroquiales se constituyeron en incubadoras de asociaciones cooperativas. Esta labor organizativa fue promovida por Monseñor Antulio Parrila Bonilla, quien desde el año 1952 estuvo trabajando en pro del cooperativismo. Mons. Parrilla vio claramente una reafirmación de la acción social de la Iglesia y su Doctrina Social en el movimiento cooperativista.
Mons. Antulio Parrilla esbozó la importancia de hacer de la cooperación, no solo una forma organizativa de sociedades con propósitos empresariales, sino además el principio fundamental de la sociedad. En su libro Cooperativismo: Teoría y Práctica (p. 127), propone una sociedad cooperativista en la que se reconozca la primacía del individuo, se viva el ideal cristiano de la igualdad, se encuentre una solución aceptable entre individuo y socialización, se promueva la reforma social mediante la educación, se enfatice el servicio, antes que el lucro personal y que se postule la importancia de una solidaridad internacional. A esa sociedad cooperativa podemos contribuir todos rescatando los principios del cooperativismo y adoptándolos como principios organizativos en el desarrollo de nuestra economía. Sin duda, como pueblo podemos hacer mucho más por insertar el cooperativismo en los procesos económicos del país, incluyendo la participación en los procesos de privatización de entidades gubernamentales.
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Nélida Hernández
Consejo de Acción Social Arquidiocesano (CASA)
Para El Visitante