Mons. Juan Miguel Betancourt Torres, SEMV, es el primer Obispo puertorriqueño nombrado por el Papa Francisco, el tercero nombrado para la Iglesia que peregrina en los EE.UU. (Luego de Mons. Roberto González, OFM, y Mons. Álvaro Corrada, S.J.) y el primero natural de la ciudad señorial de Ponce. La noticia de su elección para Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Hartford, Connecticut, el 18 de septiembre de 2018, sorprendió a todos los boricuas. Por eso, durante una reciente visita que hizo a la Isla, El Visitante conversó con él.
Todo inició en Jardines del Caribe de Ponce cuando dos maestros; una de español y otro de ciencias pactaron su amor en sacramento matrimonial y formaron una familia. “Todo empieza con mis papás, Miguel y Gloria, ellos viven en Ponce. Allí nací (en 1970) y me crié con mis dos hermanas en mi parroquia El Buen Pastor”, sostuvo sobre sus orígenes Mons. Juan Miguel.
Quería ser farmacéutico, pero Dios tuvo otro plan
Estudió como cualquier otro niño y joven en Ponce en la Escuela elemental e intermedia Segunda Unidad Encarnación y luego en el Colegio San Conrado. Su plan era convertirse en farmacéutico, ingresó a la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Durante su segundo año de estudios, se involucró en su parroquia como lector, monaguillo, en la Pastoral Juvenil y en la Legión de María Juvenil.
“Estaba preparando una reunión y pensé, el trabajo de la universidad me está quitando tiempo para las cosas de la Iglesia. Ese pensamiento me dice, bueno, si eres estudiante primero deberías estar enfocado en los estudios sin dejar a Dios, pero enfocándote en tu misión de estudiar. Ahí me di cuenta que debía darle, en honestidad, pensamiento a la posibilidad de que el Señor me estaba llamando al sacerdocio. Eso abrió la puerta a esa idea”, relató Mons. Juan Miguel.
Fue entonces que inició un proceso vocacional para discernir qué Dios quería para su vida. Se planteó la vida sacerdotal para la Diócesis de Ponce, pero en el proceso se dio cuenta que estaba llamado también a la vida comunitaria y conoció a los Esclavos de la Eucaristía que tenían una casa en el Barrio Magueyes de Ponce. “Vi en los Esclavos de la Eucaristía, su carisma con la adoración a la eucaristía, la consagración a la Virgen de Schoenstatt, y que eran jóvenes, muy dinámicos, normales y en fin ya los conocía. Pensé que la providencia Divina me podía estar llamando a esa comunidad. Y así mismo fue”, admitió.
La llamada de Dios al sacerdocio de Mons. Juan Miguel fue gradual. “Fui pensándolo, mirándolo, hablando con sacerdotes, asistiendo a misa en otros lugares, hablando con amigos. Así se fue dando”, expresó el Obispo.
Llegó el momento de fuego, comunicárselo a sus padres quienes preocupados y hasta asustados decidieron apoyarle. Ingresó a los Esclavos el 1 de enero de 1992, estudió en el Seminario Regina Cleri de Ponce y fue ordenado sacerdote el 21 de abril de 2001.
¿Miedo? pero no cualquier miedo
Aceptó que tuvo miedo: “Sí, siempre estuvo el miedo, pero un miedo no en el que fuera a tomar una decisión incorrecta, más bien un miedo de no hacer la voluntad de Dios. Pensé, si son los planes de Dios, Él me lo hará saber”.
Por ello, Mons. Juan Miguel dirigió unas palabras a los que se encuentran en ese momento de discernir: “Vale la pena darse la oportunidad porque es ganancia para profundizar en la relación con Dios”, “hay que tomar cada proceso con calma”, “Él da la gracia para discernir”, “abrir el corazón” y “tener recta intención de servir a Dios”.
llamada que lo cambió todo
Laboraba como párroco por 12 años en Minnesota, como vice rector de formación en un Seminario y profesor de Sagradas Escrituras en la Universidad. “Pensé que me iba a retirar de ahí, quería afianzar la presencia de los Esclavos en Minnesota, la presencia latina y puertorriqueña en un estado del norte central de los EE.UU. Pero el Señor llamó”, reconoció.
Recordó cuando recibió la llamada del Nuncio de EE.UU. En una breve llamada, le dijo: “El Papa y yo pensamos que puedes hacer un gran trabajo como Obispo Auxiliar en Hartford”. Su respuesta también fue breve, “si el Papa y Usted piensan que puedo hacer un buen trabajo en Hartford, entonces acepto”. Explicó que no lo pensó mucho porque la voluntad de Dios se expresa en la voluntad del legítimo superior y “si el Papa, Vicario de Cristo, está llamando entonces es el Señor que llama”.
Unas 1,500 millas de diferencia
Cabe destacar que la distancia en carro para llegar de Minnesota a Connecticut son unas 22 horas y media -sin tráfico-. “Pues. Para Hartford vamos, sin conocer nada ni a nadie”, dijo Mons. Juan Miguel.
Compartió que un obispo le dijo que viera el sentido misionero, que de párroco con vida contemplativa, el Señor “te sacó de tu tierra -otra vez- y te envía a un sitio nuevo a ayudar, representarlo y servir al pueblo”. Contó que esas palabras disiparon cualquier preocupación, aunque le dolió dejar su comunidad religiosa, su comunidad parroquial, a sus estudiantes y el seminario.
Iglesia: Familia de Dios
“No importa donde estemos, sea en Puerto Rico, África, EE.UU., Asia o Europa, todos somos bautizados y enviados, somos hijos e hijas de Dios, hermanos en Cristo”. Así dejó claro sobre el principio teológico por el cual rige su vida.
“Sin olvidarme de que soy puertorriqueño y ponceño estoy sirviendo a la Iglesia de Hartford con mucha ilusión. Estoy aprendiendo a conocer los sacerdotes, los fieles, el liderazgo en las parroquias, cómo es la vida en el noreste de los EE.UU., es una experiencia enriquecedora, desafiante, pero con mucha alegría”, concluyó.
En la segunda parte de la entrevista, se trata el tema de la pastoral hispana en los EE.UU.■
Enrique I. López López
e.lopez@elvisitantepr.com
Twitter: @Enrique_LopezEV