“¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y que está en ustedes?” (1 Co 6, 19)

Como seres integrales –con cuerpo, alma y gracia– creados por Dios, estamos llamados a cuidar nuestro cuerpo, templo del Espíritu Santo. El cuidado de este también incluye protegernos de aquello que en exceso no nos hace tanto bien… por ejemplo, de los rayos ultravioletas (UV) del Sol.

Si bien es cierto que del Sol se podría obtener la vitamina D, el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) establece que se puede estar al aire libre sin aumentar el riesgo de presentar cáncer de piel u otras enfermedades relacionadas.

Los rayos UV son un tipo de radiación invisible que proviene del sol, las camas bronceadoras y las lámparas solares” y pudieran “causar daño a las células de la piel”. Por eso, es importante protegerse de estos rayos durante todo el año, pero más aún en el verano, ya que el calor pudiera aumentar sus efectos. Sin embargo, los rayos UV también “pueden afectar en días nublados y frescos”, ya que “se reflejan en superficies como el agua, el cemento, la arena y la nieve”. Se dice que los rayos UV son más fuertes en horas cercanas al mediodía y posteriormente, entre las 10:00 a.m. y las 4:00 p.m.

Pero ¿cómo nos protegemos del sol efectivamente? Esta pregunta se responde de una manera que puede parecer obvia para algunos, y es: buscando la sombra, ya sea debajo de un árbol, sombrilla, techo u otro tipo de protección, evitando el rebote de los rayos que se proyectan en el agua, paredes o suelo de cemento. Las camisas de manga larga, faldas o pantalones largos pueden ser muy protectores contra rayos UV, siempre y cuando no jueguen en contra del calor y el ‘sofocón’ del día. Como es de conocimiento público, los sombreros, gorras y gafas de sol protegen efectivamente el área superior de la cabeza, cara y ojos.

Asimismo, utilizar filtro o protector solar antes de la exposición a los rayos del sol es otra de las recomendaciones del CDC. Es importante “que bloquee tanto los rayos UVA como los UVB y tenga un factor de protección solar (FPS) de 15 o más”. Debería volver a aplicarse “si permanece en el sol por más de 2 horas, y después de nadar, sudar o secarse con una toalla”.

La Sociedad Americana contra el Cáncer no recomienda broncearse en camas bronceadoras ni con lámparas solares, ya que pueden causar daños en la piel a largo plazo. “Las lámparas UV pequeñas también se utilizan en los salones de uñas (o en casa) para secar algunos tipos de esmalte de uñas” y se entiende que “el riesgo de cáncer de piel de estas lámparas es bajo”. Aun así, se recomienda usar cremas de protección solar en las manos al utilizar este tipo de lámparas para secar esmalte y en todo el cuerpo al utilizar camas o lámparas bronceadoras.

Por: Jorge L. Rodríguez Guzmán 

j.rodriguez@elvisitantepr.com 

Twitter: jrodriguezev 

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