La frase feliz es del papa Francisco.  Refleja la idea de superioridad con que las potencias europeas se abalanzaron hacia África y Asia para colonizar aquellos territorios.  Los convertían a su imagen y semejanza, apoderándose de sus recursos, útiles en Europa, desconocidos para ellos.  Era la idea de la servidumbre trasladada de personas a hectáreas de terreno. Quizás, hay que aceptarlo, hasta en la forma de vivir la fe cristiana al modo europeo.  Y lo mismo parece ser suceder ahora con grupos que imponen su forma de pensar y actuar en vitales acciones de la vida humana, como sería la familia y el matrimonio.  Y eso es colonización ideológica.

 

Es un modo de pensar que se impone como la genuina forma de operar en, por ejemplo, la sexualidad y la educación que los padres deberían impartir a sus hijos. Es imposición, porque tiende a imponer esas ideas como las genuinas, no las obsoletas e inútiles con las que hasta ahora ha funcionado la humanidad.  Reconocemos que ninguna forma de pensamiento es total y perfecta.  Que caben matizaciones y mejor encendimiento.  Así la igualdad de los géneros, que antiguamente colocaba a la figura femenina en forma desventajosa, como si fuera un humano no perfecto como el varón, es idea errónea.  Pero como dice el refrán: “no tanto ni tan calvo que se caiga de espaldas y se dé en la frente!”

 

Nuestra enseñanza predica que la educación del hijo es responsabilidad primordial de los padres, aunque la sociedad y el avance de las ciencias pedagógicas puedan ampliar esa enseñanza.  Reconocimos que a veces hay padres inadecuados para la enseñanza de la sexualidad genuina, y que también ellos necesitan ponerse al día.  Pero siguen ellos siendo los responsables de sus menores.  Una forma de pensar tontamente contradictoria a esto no la podemos aceptar.  Ni queremos terminar en el estado totalitario que captura y exige para si la formación de los hijos.

 

Ese pensamiento, para nosotros y nuestra fe inadecuado, terminaría presentando al matrimonio como un mero contrato, que depende de lo que yo decida sobre él.  O la ideología de género, que enseña que el que yo sea mujer o varón no depende de los órganos sexuales con que nací, ni con todo el equipo biológico con que vengo a la vida, sino que es una construcción de los que me criaron.  La sociedad, dicen, me construyó mujer o varón, y ahora llega el momento de deconstruir ese error.  Yo mismo decido qué soy, y cómo debo funcionar ante los demás.  Y como esto es ‘lo último de la avenida’, lo contrario es abusivo, arcaico, producto de la imposición, dicen.  Y lo dicen con una nueva imposición: la de ellos.  Lo que nos falta por oír es que los pedófilos defiendan que como sexualmente funcionan mejor con infantes, hay que aceptar esa conducta.

 

Tenemos que aceptar humildemente errores nuestros del pasado en el trato de la mujer, por ejemplo, como hicimos aceptando como normal la esclavitud, como una relación de personas. Ni que condenemos a los que sinceramente sienten que su impulso sexual se dirija al mismo sexo. Pero no podemos caer en los extremos, y menos que seamos descalificados como gente desfasada, inhumana, no moderna.  Dice el refrán: “soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”.  El verdadero científico está abierto a las nuevas teorías comprobadas y que amplíen, pero no contradigan totalmente lo antes comprobado.  Ha habido evolución real en el árbol de la vida y las ideas, pero también ramas que se deterioran y desecharon a sí mismas en el avance evolutivo.

 

P. Jorge Ambert, S.J.

Para El Visitante

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