No todos los negros fueron esclavos, ni todos los esclavos fueron negros. Pero quienes sufrieron los efectos de la violenta servidumbre durante siglos y siglos, y al margen de sus respectivos colores, fueron deshumanizados a priori, a fin de justificar la explotación injustificable. Lo importante era probar a toda costa que las víctimas no eran seres humanos. Los esclavistas se valían de diversos argumentos e incluso apelaban a presuntas falacias teológicas y designios divinos. Pretendían contar con la aprobación sobrenatural para vestir de moralidad indisputable lo que en sí era una crasa y bárbara injusticia. Así intentaban dotar de fundamento absoluto a la ambición desmedida y al enriquecimiento deshonesto de tantos mercaderes que vendían a sus congéneres.
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Según Platón, evocando el mito de Er en la República, el elemento inmortal de los seres humanos fue hecho con el mismo material que el alma del cosmos. Puesto que no guarda perfectamente sus proporciones, no es tan puro como aquella. Una vez dividido el material, es asignado a cada una de las estrellas, y luego el alma es encaminada a una primera encarnación y puesta a prueba. Si el alma domina las pasiones y vive en justicia, regresará a casa, a su estrella nativa donde morará felizmente. Pero si es dominada, reencarnará sucesivamente en seres inferiores —primero en mujeres y posteriormente en animales— y se repetirá el proceso de transmigración, hasta la superación de los obstáculos y el retorno definitivo: Ad astra per aspera. En otras palabras, que las mujeres y los animales serían versiones fracasadas y degradadas del hombre. En este planteamiento sobre la composición y el destino del alma (Timeo, 10), Platón cae, irónicamente, en una especie de cueva platónica donde se predica una filosofía extraña: la reencarnación misógina o la misoginia reencarnacionista… Qué antiguos y profundos son los prejuicios contra la mujer.
Aníbal Colón Rosado
Para El Visitante