“Es un momento lindo para darle gracias a Dios por el sacerdocio. Han sido años buenos, difíciles, y por todo quiero darle gracias a Dios, gracias a la Virgen María, porque nos han acompañado. Gracias a tanta gente que me ha ayudado en estos 50 años y que han trabajado conmigo hombro con hombro en las parroquias”. Con estas palabras de gratitud, Mons. Enrique Hernández Rivera, Obispo Emérito de la Diócesis de Caguas, comenzó la Santa Misa de sus bodas de oro sacerdotales en la parroquia Santuario La Milagrosa de Camuy, la mañana del pasado viernes, 8 de junio, en la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

Junto a él, el Obispo de Arecibo, Mons. Daniel Fernández, 22 sacerdotes y dos diáconos celebraron, con el pueblo de Dios, la vocación, la vida y el don del ministerio sacerdotal.

Mons. Hernández quiso que la fiesta de su aniversario fuera, además, una ocasión para celebrar a los nueve sacerdotes que, como él, nacieron en el municipio de Camuy. De este grupo, le acompañaron seis presbíteros.

Uno de ellos fue P. José Ángel Rodríguez Reyes, párroco de la iglesia San Antonio de Padua de Dorado que tuvo a cargo la homilía, en la que recordó con afecto filial los años en que fue monaguillo y sacristán de Mons. Hernández.

Para dirigirse al Obispo emérito, P. José Ángel tomó las palabras de San Pablo en su segunda carta a Timoteo, al desearle “la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro”.

Resaltó con admiración la cercanía de Mons. Enrique con los feligreses y con sus hermanos sacerdotes, aun en el ejercicio del ministerio episcopal. Rememoró que siempre le ha recibido con los brazos abiertos, con disponibilidad para la escucha y para compartir con sencillez, aunque fuera una taza de café:  “Qué bonito tener a un Obispo accesible, que no te mira con cara larga diciéndote: ‘Pero es que tú no has pedido cita, yo no te he dicho que vengas’. Siempre con esa sonrisa que le caracteriza a él, de acogida, refrescante, y eso es lo que necesitamos hoy”, expresó el sacerdote.

También, manifestó ser testigo de que Mons. Hernández ha sido un hombre trabajador, que le ha gustado siempre la construcción, y que es un vivo ejemplo de la insistencia del Santo Padre, el Papa Francisco, de que el sacerdote debe tener olor a oveja en el sentido profundo y auténtico de servir al rebaño que le ha sido encomendado.

Asimismo, aprovechó la oportunidad para dirigirse a los con celebrantes, invitándoles a poner la mirada en el Jueves Santo, cuando Jesús instituyó la Eucaristía y el Sacramento del Orden para “dar de comer a su pueblo necesitado de este alimento de Dios, para fortalecerlo, para vivificarlo”. Frente a esta realidad, expresó la necesidad de moldear el sacerdocio al sacerdocio de Cristo, tarea que “requiere valor, humildad, entereza, disciplina y, sobre todo, docilidad y mucha oración”.

Antes de la bendición final, Mons. Daniel Fernández expresó su felicitación y agradecimiento por el ministerio sacerdotal de Mons. Enrique, y destacó la importancia de que: “El sacerdote dé testimonio de que es posible el amor, la fidelidad a Dios, el sí a la vocación mantenido a lo largo de toda la vida… un sí como el de María”. Y, como regalo, entregó una bendición papal a Mons. Enrique.

De otro lado, cabe señalar que en la celebración estuvo presente el maestro de segundo grado de Mons. Hernández, José Juan Salgado Marrero, quien se refirió a su exalumno como un niño que  “siempre fue estudioso, bueno, respetuoso” y que, aunque nunca imaginó que sería maestro de un Obispo, reconoce que esas  “son sorpresas que el Señor le da a uno; que me haya utilizado como instrumento para ayudar a crear en él ese sentido de responsabilidad y de servicio”, expresó con alegría.

Una vez concluida la Santa Misa, Mons. Enrique hizo un ofrecimiento de flores a la Virgen María y oró delante de la imagen de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa; un momento emotivo y cargado de ternura al que también se unieron en oración los sacerdotes que le acompañaron.

Vanessa Rolón Nieves

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