Es simple, Dios hizo al hombre y la mujer para ser felices; no para que fueran esclavos. La sexualidad existe para garantizar la sobrevivencia de la humanidad. Como todo pecado capital, la lujuria es esa cárcel con barrotes dorados. Pero, no todo lo que brilla es oro. Y toda forma de esclavitud duele.
Esto contrasta con unos tiempos de alta contradicción. Por un lado, existen campañas publicitarias que busca erradicar todo tipo de acoso sexual en contra de la mujer -que es legítimo y necesario-. Por otro lado, le siguen los anuncios que maximizan la sexualidad de misma mujer con fines lucrativos. Es la misma contradicción de algunos, que hablan de la maternidad una vez al año en mayo ¿y luego van a defender el “derecho” -según el estado- que tiene la mujer sobre su cuerpo sin importar que en este exista un bebé en su vientre que no puede defender su cuerpecito porque no ha nacido?
Lujuria, proveniente de la palabra en latín luxus (que significa abundancia o exuberancia). No es muy nombrada socialmente. No obstante, sus derivados (por ser pecado capital) sí son muy conocidos: la infidelidad, la prostitución, la fornicación, el incesto, la masturbación, la necrofilia, la sodomía, la pedofilia, el bestialismo, unos más recientes ligados a la tecnología como el sexting y la pornografía, otros asociados a la violencia como la violación, la explotación sexual y el acoso sexual, etcétera. Todos ase relacionan con delitos, actos repudiables, distorsión de la realidad o causales de rupturas de matrimonios o traumas psicológicos. Con esto se infringe el sexto mandamiento No cometerás actos impuros.
El Catecismo (2331) orienta: “Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar”.
Para vivir la vocación a la que se está llamado y contrarrestar la lujuria, las herramientas para edificar esa libertad son las virtudes de la castidad y la templanza. La templanza es la virtud cardinal que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio, el dominio de los instintos y aplacar los deseos, según el Catecismo núm. 1809. De la templanza brota la virtud moral de la castidad, que significa “la integración lograda de la sexualidad en la persona” (2337) e “implica un dominio de sí” (2339). El proceso de controlar las pasiones durará toda la vida.
Enrique I. López López
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