Nuestro planeta tiene, a juicio de la comunidad científica, alrededor de 4,000 millones de años. Desde su creación, ha estado en constante evolución. Los restos humanos de mayor antigüedad se estiman haber vivido alrededor de hace 200,000 a 300,000 años. Con su inteligencia, el ser humano ha sido capaz de transformar su entorno y utilizar los recursos para mejorar su vida. Su conocimiento le ha llevado a desarrollar nuevos métodos de producción y tecnologías. Esto le ha dado un sentido de autosuficiencia y le ha impedido reconocer que los recursos de la Tierra son limitados y deben ser utilizados prudentemente.
La protección del ambiente ha sido un tema que han identificado diferentes culturas y en diferentes épocas. Se conocen tratados de científicos del mundo árabe, como Avicena (Siglo I), sobre el tema de la contaminación ambiental. A partir de la Revolución Industrial, a mediados del Siglo XVIII y principios del Siglo XIX, se producen una serie de cambios tecnológicos e industriales que aceleran el nivel de contaminación del agua y del aire. En Gran Bretaña, el Parlamento aprobó en el Siglo XIX, leyes destinadas a reducir los contaminantes de los procesos industriales. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia -CDSI- nos llama a la conciencia de que los recursos naturales deben protegerse y usarse no sólo para el beneficio de la generación presente, sino también de las generaciones futuras.
El CDSI insiste en que somos administradores, designados por Dios para cuidar nuestro Planeta. “La tutela del medio ambiente constituye un desafío para la entera humanidad, se trata del deber, común y universal de respetar un bien colectivo, destinado a todos. Impidiendo que se pueda utilizar impunemente las diversas categorías de seres, vivos o inanimados (animales, plantas, elementos naturales) como mejor apetezca, según las propias exigencias”, (CDSI, 466).
El tema ambiental ha resurgido en diferentes Encíclicas Sociales, iniciando con la Rerum Novarum (1891) y ha sido el tema central de la Encíclia Laudato Si’ (2015), del Papa Francisco. El capítulo I de esta encíclica nos crea una clara conciencia sobre todo el daño que estamos provocando a nuestra “Casa Común”. La lista de preocupaciones de carácter ambiental es extensa: contaminación del aire y de los suelos, manejo de desperdicios, el cambio climático, la contaminación y preservación del agua, la pérdida de bio-diversidad. Una visión a la ecología humana también nos lleva a prestar atención a problemas como el deterioro de la calidad de vida, el crecimiento desmedido y desorganizado de muchas ciudades, exclusión social, violencia y la inequidad a nivel global, afectando a un gran número de países.
Nos recuerda el Papa Francisco, que nunca se ha maltratado tanto a nuestra “casa común”, como en los últimos dos siglos y nos reclama urgencia en buscar soluciones a estas situaciones. El llamado del Papa Francisco es uno de urgencia, ya que la gran velocidad de los cambios y de la degradación ambiental se manifiesta en catástrofes naturales regionales, crisis sociales e incluso económicas. El asunto, según Papa Francisco es impostergable y requiere tanto de soluciones conjuntas, como cambios de perspectiva individual, modificaciones en nuestros estilos de vida y cambios en nuestros patrones de consumo y de producción, conciencia de la seriedad del problema ambiental. Todos los países están llamados a tomar acción, ya que las políticas ambientales tienen un efecto sobre todas las regiones del Planeta. En su catequesis del 17 de enero de 2001, el Papa nos advierte: “Si la mirada recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha defraudado las expectativas divinas”.
Una conciencia ambiental fundamentada en la fe nos debe mover a participar en diversas asociaciones que Intervienen en el bien común, preservando el ambiente natural y urbano. Por ejemplo, proteger, sanear, mejorar o embellecer un parque, las playas, algo que es de todos. (Laudato Si’, 232). Esta conciencia se desarrolla al dedicar parte de nuestras actividades a recuperar la armonía con la creación, reflexionar acerca de nuestro estilo de vida, admirar y agradecer la creación divina. (Laudato Si’, 225). Conservar nuestros ambientes naturales es un servicio a Dios.
(Puede enviar sus comentarios al correo electrónico: casa.doctrinasocial@gmail.com)
Nélida Hernández
Consejo de Acción Social Arquidiocesano