Cae la noche. Un auto japonés del año, deportivo, exótico por sus adhesivos coloridos y con sus luces de neón, va muy lento por la avenida recta y poco transitada. Parece como un felino al asecho. Acto seguido llega otro vehículo, este es uno americano antiguo totalmente modernizado, de pintura brillante y claramente alterado por su sonido característico turbo y con spoiler. El primer carro le hace un llamado cambio de luces; el segundo responde. Ambos se detienen en la luz roja con actitud temeraria para ver quién es el rey de la calle. Sin encomendarse o sin importar nada ni nadie, los adictos a la adrenalina salen en el cuarto de milla aproximado quemando la brea y acelerando al extremo los motores para ver quién llega primero en un juego letal. Esta escena parece sacada de la saga fílmica de Fast and the Furious, pero la realidad es que las carreras ilegales, también llamada la fiebre, ocurren a menudo en distintos puntos de la Isla.

¿Adictos a la adrenalina?
La Dra. Nilda Tarafa, psicóloga clínica, explicó que las personas que participan de este juego potencialmente mortal gustan de “esa sensación de adrenalina y sentir estar en high, esto no solo se limita a las carreras clandestinas sino a otras actividades porque si evaluamos un poco esto se trata de hacer algo que en la Ley no está permitido y esto causa un estado de excitación, de tensión, pero todo atado a lo prohibido”.

La psicóloga abordó a modo general la sensación de tensión y placer a la que se exponen los amantes de la velocidad. Al ocurrir estas actividades acontece un proceso químico-orgánico de segregación hormonal en las glándulas suprarrenales, que tienen que ver con la respuesta a las situaciones de tensión, sube la presión, aumenta el flujo sanguíneo y se acelera el metabolismo, precisó.

Algo singular de esta actividad clandestina que principalmente acontece, (pero no se limita) en las zonas urbanas, es la fidelidad a la fiebre. “La prefieren, la quieren y la disfrutan. Es como un hobby y son fieles. Todas las semanas acuden a esos lugares ya sea como espectadores o como participantes. Tenemos el que se prepara para participar, invierte en su carro para ser el mejor. Estas actividades de alto riesgo envuelven sensaciones de placer, de excitación, de ese ‘yo tengo el control’, de ese ‘yo lo puedo’ y realmente lo que no visualizan es alto riesgo donde se puede perder la vida. Es más vivir la experiencia de la excitación que el sentido de conservación de la vida”, detalló.

Explicó la Dra. Tarafa que la adicción ocurre cuando se abandonan responsabilidades en la vida diaria, como las económicas, para invertir todo el presupuesto en el carro. Otro elemento es el tiempo porque “la socialización dentro de la familia también puede verse afectada”.
El problema no es tener un interés por determinada actividad porque en la sociedad hay fanáticos del béisbol, de monedas, la tecnología, la talla, el teatro, las películas extranjeras, la fotografía o un sinfín de pasatiempos. En cambio, este es un pasatiempo que pone en peligro la vida de personas inocentes que pasan, espectadores y conductores, que atenta contra la Ley y que es una actividad potencialmente adictiva.
Actitud temeraria vs. “no me va a pasar”

Aunque pudiera ser una combinación de ambas, la especialista en conducta humana, aludió a la mayoría de situaciones que le han compartido al sostener que no puede “hablar categóricamente”, pero permea una actitud de subestimar, de ese ‘a mí no me va a pasar’ que crea una falsa confianza. “Ellos subestiman de que esa posición -de un accidente fatal- no es para ellos y si ocurriera pues, ‘me toco’, así te lo dicen. Pero la realidad es que la actividad es tan y tan excitante para ellos que entran en un estado de apasionamiento que lo que desean es participar, competir y el riesgo no es parte de esa misma dinámica”, sostuvo.
Sobre el retar a la autoridad, elemento esencial en esta actividad, explicó que a la hora de trabajar en el individuo y resolver esta problemática será determinante “cuánto podrá respetar el orden público y eso es una creencia individual, si no es importante, se le va a hacer un poco difícil llevar un control absoluto en eso”.
Es importante destacar que las carreras clandestinas es una actividad prohibida por la Ley 218 del 16 de diciembre de 2014, que enmendó para hacer más rígido el artículo referente a regateo en la Ley de vehículos y tránsito de Puerto Rico. Esta impone como disuasivo una multa de hasta $5,000, revocación de licencia y confiscación del vehículo. Si alguien sale lastimado, las penas van desde 6 meses hasta 8 años de cárcel.

EILL

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