Entiendo que, con Jesús en el Nuevo Testamento, el concepto de mandamiento toma un giro diverso; y más que suponer un frío precepto sugiere una cálida invitación. No voy a negar que he quedado algo consternado con el requerimiento simple que hace la oración colecta de esta celebración; el texto en la traducción del Misal argentino dice: te pedimos nos ayudes a caminar sin tropiezos hacia los bienes prometidos. Entiendo que, de un modo simple, es la liturgia de la palabra la que marca ese camino sin tropiezos que se pide. 

  La primera lectura es el emblemático texto del libro del Deuteronomio (Deut 6, 1-6); seguramente que ni Moisés, ni el pueblo se han percatado que Yaveh Dios quiere que se conduzcan por el camino que los llevará a la tierra de promisión sin sufrir ningún tropiezo. Para alcanzar ese fin les regala una máxima de amor que no se puede olvidar porque supondrá cumplirla con todas las fuerzas del alma y del corazón. El texto de la segunda lectura (Heb 7, 23-28) muestra cómo Cristo el Señor ha conducido su Sumo Sacerdocio; lo ha hecho en santidad, en inocencia, sin mancha alguna y en eterna perfección; es decir Cristo no ha tropezado en su misión de salvar a los hombres. 

En el texto evangélico (Mc 12, 28-34) se nota el deseo de caminar sin tropiezos de aquel escriba que se le acercó al Maestro para manifestarle su inquietud en forma de preguntas. Lo significativo de sus respuestas está en que no se ha quedado con la máxima veterotestamentaria, sino que ha entendido que la invitación constante de Jesús ha sido que el camino que lleva sin tropiezos al Reino es el camino del prójimo. Que los preceptos sin corazón son letra muerta; que los mandamientos sin alma son acciones mecánicas y que los cánones sin espíritu, no trascienden. Cuando así se acepta la invitación del Maestro, así se vive cerca del Reino.     

Para nosotros hoy, caminar sin tropiezos en las sendas familiares supondrá vivir perdonando las pequeñas y las grandes imprecisiones de cada uno de los miembros. El no pasar juicios por las decisiones individuales y el valorarle simplemente por existir es una forma de aceptar la invitación de amar al prójimo.  Caminar sin tropiezos en las veredas de la vida religiosa supondrá ser capaces de levantar las manos y agradecerle al Señor del Universo que hace salir el sol sobre todos y derrama lluvia sobre todos. Los resentimientos que dejan los reclamos por los días tristes y grises de la vida suelen impedir el valorar con profundidad los días felices y soleados. Un amor a Dios, simplemente por ser Dios evita muchísimos deslices y es una forma, sin complicaciones, de aceptar la invitación de amar al Señor tu Dios.    

Caminar sin tropiezos en las calles de la vida supondrá dirigir la mirada a lo verdaderamente relevante; que no será la falta de sazón que tuvo el plato de comida de hoy, sino al desarrollo de una sensibilidad cada vez más profunda de que hay alguien con hambre y yo puedo socorrerlo. No será para los colores de la vestimenta que están fuera de temporada, sino para aquellos que les falta abrigarse bien y esperan por mi gesto de solidaridad. No será para el presupuesto de los proyectos de tratamientos estéticos, sino para descubrir que alguien cercano a mí sufre alguna enfermedad en la soledad de su habitación y espera de mi parte una visita, un saludo o un gesto de cercanía. No será para el precio del último modelo de teléfono inteligente que está en el mercado, sino para la creación de vías y la apertura de canales de comunicación cada vez más asertivos y más personales; porque siempre hay alguien que está esperando mi mirada, mi sonrisa o mi simple saludo. Eso es aceptar la invitación a vivir el mandamiento del amor. La multiplicación de preceptos complica… la aceptación de una invitación, es simple. ¿La aceptamos?    

P. Ovidio Pérez Pérez 

Para El Visitante

 

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