Contexto

La liturgia de la Palabra el domingo de Pascua no cambia. La primera lectura (Hch 10,34a.37-43) es un discurso evangelizador de Pedro después de desatarse la primera gran persecución (cf. Hch 8,1). Una de las estrofas del Sal 117 rezadas hoy (y varias veces en Pascua) canta que Jesús es la piedra angular rechazada. El anuncio que Pablo hace de la resurrección (Col 3,1-4 o 1 Cor 5,6b-8) es inseparable del anuncio del misterio de la cruz (cf. 1 Cor 2; Col 1,20.2,14). Y, como leeremos en el evangelio, los discípulos van al sepulcro a buscar un cadáver y lo encuentran vacío (Jn 20,1-9). También es posible leer, si se celebra la misa vespertina, Lc 24, 13-35.

Junto a eso, en las lecturas vemos el descorazonamiento de los discípulos, sorpresa ante el sepulcro vacío y tenemos noticias de la primera persecución. La Palabra no es idílica, nos presenta la situación de los discípulos tal como estaba y luego lo que pasó ante el acontecimiento de la resurrección.

La eucología (oraciones) nos hablan de la victoria del Señor, del gozo y la acción renovadora y vida nueva de la Pascua y del Espíritu en nosotros,

Reflexionemos

Decía arriba que la liturgia de la Palabra no cambia, tampoco cambian las oraciones de la misa de Pascua. De hecho, a pesar de la riqueza de la liturgia, sobre todo después del Concilio Vaticano II, que ha ampliado la selección de textos bíblicos y oraciones, algunas cosas no cambian. Y nosotros, ¿cambiamos? Algunos se apoyan en eso para expresar su desaprovechamiento de la liturgia.

Si nos fijáramos en las cosas que nos gustan, en realidad, creo que no hay tanto cambio. Son las mismas. Algunos les encanta ir a una playa o bosque o monte… lo que sea para contemplar ese paisaje que le llama la atención. Otros gustan de saborear el plato o bebida que les encanta. En verdad, puede que cambie algún detalle, pero en general creo que nos gustan porque mantienen ese algo inmutable que nos atrae y cautiva. Al saborearlas o contemplarlas se nos ensancha el alma o activan algunos sentidos que traen complacencia.

La resurrección de Jesús es única. La Palabra de Dios no cambia. Las oraciones de la Iglesia podrían cambiar, pero una vez establecidas, no se suelen cambiar con frecuencia. Algunos piensan que con cambiarlas mejoraría su aprovechamiento de las celebraciones. Tal vez alguna cosa sí, pero en verdad, las cosas no cambian bien si no cambiamos nosotros de dentro.

Los discípulos cambiaron porque la resurrección de Jesús los cambió desde dentro. Esa interioridad se refleja en que Jesús entra al lugar donde los discípulos estaban encerrados por miedo. Se ve en que los discípulos de Emaús caen en cuenta de que el forastero era Jesús, no al verlo, sino precisamente al dejarlo de ver, cuando caen en cuenta qué era el fuego que sentían en su corazón. Entonces se ilumino su mente y entendieron toda esa explicación que les fue dando por el camino.

La Palabra no cambia, las oraciones puede que no cambien, el secreto está en que dejemos que el Resucitado nos cambie.

A modo de conclusión 

La Pascua es tiempo de cosecha. Cosecharemos algo de lo sembrado en Cuaresma. ¿Y si no sembramos? Recordemos que todo es gracia. Si acudimos al Señor con humildad, puede hacer germinar hasta lo que no hemos sembrado porque Él es el Sembrador.

La “semilla” será la misma. El secreto está en que el terreno (nosotros) cambie y se deje regar por el agua del Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos, para que trasformados salgamos a transformar el mundo para cambiarlo también desde dentro, no de afuera, no en las apariencias, sino en lo profundo de su ser.

 

Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes

Para El Visitante

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