Isaías 42, 1-4.6-7

Salmo 28

Hechos de los Apóstoles 10, 34-38

Lucas 3, 15-16. 21-22

Isaías 40, 1-5.9-11

Salmo 103

Tito 2, 11-14; 3, 4-7

Lucas 3, 15-16. 21-22

Concluyendo el tiempo litúrgico de la Navidad e iniciando el Tiempo Ordinario la Iglesia nos invita a celebrar la fiesta del Bautismo del Señor, que como dice el número 38 de las normas universales del calendario litúrgico «se celebra el domingo siguiente al 6 de enero».

Para el presente ciclo C de las lecturas dominicales se nos presentan dos formularios distintos, que coinciden en el evangelio de san Lucas, cuando nos narra parte de la escena del bautismo de Jesús en el Jordán. Juan Bautista está predicando en el desierto la conversión: «…el que tenga dos túnicas que comparta…no exijan nada fuera de lo establecido…no denuncien ni extorsionen falsamente» (Cf. Lc 3, 11-14). Esta es parte de la predicación del Bautista al pueblo llamando a un cambio de vida, y a cada uno de nosotros no nos puede sonar extraña esta predicación pues también ha de resonar en nuestro corazón como una misma llamada de conversión constante en nuestra vida cristiana.

Luego el Señor, sin necesitarlo, se acerca a recibir el bautismo de conversión que Juan impartía, y nos regala en la narración evangélica un momento privilegiado. Nos dice que se escuchó la voz del Padre, se vio al Espíritu Santo descender en forma de paloma sobre Jesús. Desde el comienzo del tiempo de la Navidad el tema de la luz no ha acompañado, recordemos el prólogo del evangelio de san Juan en la Misa de Navidad «La Palabra era la luz verdadera que con su venida al mundo ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9). Hoy nos encontramos ante otro momento de iluminación pues Jesús «es el iluminado por la gloria del Padre y el iluminador, el que ofrece a los que le acogen la luz bautismal. (J Castellano El año litúrgico, p111)

Al contemplar esta teofanía del Señor hemos de recordar nuestro bautismo, las innumerables gracias que Dios nos ha regalado en dicho sacramento y nuestra responsabilidad ante Dios de hacerlo efectivo. Hemos de ser luz de Dios en nuestra vida para todo aquel que se cruce en nuestro camino. El bautizado recibe la gracia de ser hijo de Dios por adopción y ha de vivir como tal, reconociéndose necesitado del Padre y a la vez siendo instrumento dócil para que la luz de Dios llegue a todos.

P. Francisco J. Santiago Torres

Para El Visitante 

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