Impresionado por la conducta que espera Jesús de sus seguidores según el Sermón de la Montaña, me preguntaba cómo podría vivir tantos ejemplos concretos que él propone. Se me ocurrió “que tu conducta conlleve gestos que asombren a los demás por su bondad y altura”. Jesús nos pide una conducta asombrosa, eso es. Perdonar a un amigo no asombra; perdonar al que te mata es asombroso.
En mi ministerio he encontrado momentos de conducta asombrosa entre cónyuges. La reacción sería “este es un ingenuo” o “esta mujer está fuera de serie; ¡ojalá fuese mi compañera!” Son momentos en que uno siente la presencia de un Jesús que, al ellos firmaron un compromiso ante la comunidad, Jesús también lo firmó para acompañarlos en un tortuoso camino hasta el encuentro final. ¿Más claro?
Me contaba una feligresa que venía a confesarse después de 40 años. “¿Y por qué tanto tiempo?” “Mi esposo me abandonó con cuatro hijos, y vino esta persona que me prometió amor y ayuda; aceptó esos cuatro hijos como suyos, al punto que ellos le llamaban ‘papá’, no al biológico. Como estaba mal casada no volví a los sacramentos, pero el me acompañó en la fe todos esos años hasta que hace poco murió. Ahora puedo acercarme a la Iglesia y por eso vine”. Casi se me saltaron las lágrimas. Es verdad que quiero ser fiel a lo que externamente aparece como un compromiso serio que hay que respetar y exigir… pero, ¿y en ese caso?
En un retiro parroquial de un día se me acerca este varón de 70 años. “Padre, durante muchísimos años fui un varón emocionalmente maltratante; en mi egoísmo no consideraba las necesidades de ella, siempre imponía mis caprichos y gustos. Tenía yo entonces una adicción por el juego de cartas, absorto en el juego hasta altas horas de la noche. Una de esas llegué como a las 3 de la mañana, abrí la nevera para comerme algo. Ella se despertó con el ruido, se me acercó y me dijo “Déjalo, yo te caliento algo; quiero que comas siempre caliente”. Se me revolvió el espíritu ante ese gesto de amor y desde entonces mi cambio fue como ese que dijeron tuvo San Pablo”.
Este varón de gran inteligencia, bien good looking, de formación católica comprobada, sufría en realidad lo que consideré una adicción sexual. Con facilidad caía en adulterios que pronto explotaban y que el con sinceridad lloraba. Pero volvía fácilmente a lo mismo. En todo el proceso le contamos unas seis caídas, con el arrepentimiento sincero, pero al final inane. ¡En ese último adulterio engendró un hijo! Mi consejo a la esposa era que, o seguía con él, mirando a otro lado (yo no lo haría), o sencillamente reconocía que el divorcio era el mal menor. Se decidió por fin y, al tomar la maleta para regresar con sus padres, se topó con un Cristo colocado al final de la escalera. Le miró y entendió que el mensaje era; “Ya llega. Vuelve. La gracia por fin ha vencido”. Volvió. El mejor mensaje de a dónde llega un perdón cristiano en una pareja lo daban ellos. Pasó él sus últimos años encamado como vegetal, y entre murmullos, que solo ella entendía, repetía: “Perdóname…”.
En el marco económico y social se admiran historias de éxito. Personas que, con el rechazo y contratiempos alrededor, se superaron hasta ser de los modelos del éxito en la sociedad. Son muchos más los casos de este éxito de la gracia, que por el espacio no puedo mencionar. Recuerdo un libro antiguo titulado (algo así) ‘Camino de Damasco’. Son las historias de conversos famosos. Las matrimoniales tal vez no figuren en ese libro… Están. Porque el Espíritu de Dios se mueve…
Padre Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante