(Homilía en el V Domingo de Pascua y Día de las Madres en Cementerio La Piedad)
Hoy coinciden dos celebraciones importantes, una del calendario litúrgico y la otra del calendario civil. Se trata del Quinto Domingo de Pascua y del Día de las Madres. Las felicitamos con amor y ternura a todas. Celebramos estas dos fiestas en el Cementerio La Piedad como homenaje de fe pidiendo por el descanso eterno de todas las madres difuntas. Las recordamos con profundo cariño. Damo gracias a Dios por ellas: madres, abuelas, madrinas, tías, comadres y todas las mujeres que nos han bendecido con sus rostros maternales.
De las lecturas que hemos leído y escuchado surgen tres frases clave que nos motivan y nos exhortan. La primera es: “El mensaje de Dios se difundía, en Jerusalén crecía el número de los discípulos y muchos abrazaban la fe” (Hech. 6, 7). La segunda frase es: “Ustedes son una raza elegida, sacerdocio real, nación santa y pueblo adquirido para que proclame las maravillas del que los llamó de las tinieblas a su maravillosa luz” (I Pe. 2, 9). Por último, del Evangelio leemos que Jesús dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14, 6). Son frases relacionadas entre sí que dependen de esta última. Ya que Jesús es el camino, verdad y vida, nosotros somos una raza elegida para que el mensaje se difunda y crezca el número de los discípulos que tengan fe.
El Evangelio comienza con esta exhortación de Jesús: “No se turbe vuestro corazón. Creen en Dios: crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, no se lo habría dicho; porque voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los tomaré conmigo, para que donde esté yo estén también ustedes. Y adonde yo voy ya saben el camino”.
De esa manera Jesús quiere animar a cada uno de los discípulos a superar la perturbación ante las dificultades, las contrariedades y las molestias diarias que se presentan en el camino de la vida, inclusive la muerte. Los verdaderos discípulos y discípulas de Jesús no pueden perder de vista que lo más importante para ir creciendo es creer en Jesús como la plena y total revelación de Dios Padre; y quien cree en Jesús, también cree en Dios Padre que lo envió para mostrar su mayor atributo: la Misericordia.
Por eso, luego de vivir el Misterio Pascual, Jesús regresó a la Casa de su Padre para preparar una morada para cada persona y volverá y nos tomará con Él, de modo tal que donde esté Jesús, también estemos nosotros. Es más, Jesús recuerda que cada ser humano sabe el camino a donde Él está y esto depende del grado de unión íntima con Dios que se concreta en hacer la voluntad de Dios y en el amor hacia Dios. Por eso es importante que el discípulo tenga actitudes de comprensión, de servicio y de amor con los demás, o sea, ser misericordioso. El amor y el servicio son los cimientos de toda comunidad humana pero al mismo tiempo llevan al cumplimiento de la Voluntad de Dios.
El apóstol Tomás, siempre muy práctico, le pregunta a Jesús: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” Por respuesta recibe estas palabras impactantes: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn. 14, 6). Recordemos que este Evangelio se da en el marco del discurso de despedida antes de su muerte y por eso Jesús quiere aclarar que es la puerta por donde se entra al Cielo, en la medida que no hay otro Camino, Verdad ni Vida para llegar a la Casa del Padre. No se puede alcanzar por otro camino, mucho menos en la mentira que ofrece el mundo, la Vida después de la muerte está en Él. Es en Jesús donde se debe depositar la confianza plena.
Cuando nos aferramos a lo negativo de los dolores que hemos sufrido en el pasado, incluso si hemos sido agraviados y tratados injustamente, nos estamos dejando definir por lo que sucedió en el pasado, antes que por lo que elegimos hacer ahora y en el futuro. Ésta es una decisión crucial, que determina muchísimo la calidad de nuestras vidas. Oremos por la gracia y sabiduría, para alejarnos de lo negativo de los hechos pasados, y elijamos ser definidos por lo positivo que hagamos ahora y en el futuro.
Aquí en el cementerio, nuestros pensamientos circulan alrededor de la realidad de la muerte y de la separación de nuestros seres queridos que eso presupone. Sin embargo, San Francisco de Asís veía a la muerte de otra forma. Alabando a Dios por saber que pronto llegaría el momento de su partida de este mundo, San Francisco invitaba a sus hermanos a unirse en su Cántico al Hermano Sol, que él mismo compuso, y al que, en sus últimos días de vida, le añadió una estrofa dedicada a la hermana muerte corporal, que decía así: “Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal, de la que ningún hombre vivo puede escapar. ¡Ay de los que morirán en pecado mortal! ¡Dichosos los que encontrará en tu santísima voluntad, pues la muerte segunda no le hará mal!” ¡Qué actitud tan positiva y esperanzadora ante la realidad de la vida y de la muerte! San Francisco estaba convencido de que Jesucristo es el camino la verdad y la vida. Convenzámonos también nosotros. Reafirmemos esta convicción de nuestra fe.
Una vez, le preguntaron a una madre: — ¿A cuál de tus hijos quieres más? Ella respondió: — Quiero más al enfermo hasta que se cure, al ausente hasta que vuelva, al pequeño hasta que crezca y a todo ellos, hasta que muera… Ser madre es ver la fortaleza que no sabías que tenías y descubrir los miedos que no sabías que existían. El amor de una madre es el ejemplo de un verdadero amor. Un amor sin límites, sin compromiso y sin fecha de vencimiento. El amor de una madre es como el amor de Dios porque es eterno. . ¡Felicidades, madres en su día! ¡Demos gracias a Dios por todas nuestras madres, vivas y difuntas! Terminemos rezando juntos a la Madre de las madres: María, la Madre de Dios: Dios te salve, María…
Mons. Roberto O. González Nieves, OFM
Arzobispo Metropolitano de San Juan