Homilía por la Solemnidad Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, Patrona principal de toda la Nación Puertorriqueña

Hoy celebramos la Solemnidad de Nuestra Señora de la Divina Providencia a quien, el Papa Pablo VI designó en 1969 como “Patrona Principal de Toda la Nación Puertorriqueña”. El 19 de noviembre ha sido una fecha muy especial inscrita en nuestros corazones. Por un lado, es la conmemoración del descubrimiento de Puerto Rico y la eventual llegada del tesoro la fe católica cristiana, del idioma español, entre otros. Por otro lado, la fecha del 19 de noviembre es también la fiesta de la fe, pues, es la solemnidad de nuestra principal patrona. Por ello, hoy es día propicio para orar por la patria. Nuestra patria está de fiesta doblemente por lo que se la encomendamos a la intercesión de María siempre intercesora ante el Padre Providente.

Esta devoción nos invita a reconocer que todo se origina en Dios. Que Él nos crea como parte de un plan de amor. En su amor, Dios es Providente. No somos un pueblo lanzado al azar sino, que formamos parte del plan de salvación del Dios Providente que ama a sus creaturas, que las asiste con su amor y que en los tiempos de dificultades sale siempre en nuestro auxilio. Por ello, siempre debemos abandonarnos en la confianza de que Dios está siempre con todos y todas.

Esta solemnidad es un llamado, especialmente a los cristianos y cristianas católicos a ser en Puerto Rico una prolongación de la divina Providencia. A ser providentes los unos con los otros. Es una invitación a imitar a Dios en su providencia, especialmente con los más necesitados, con los más vulnerables y los más carentes de nuestro pueblo.

Vienen a mi mente tantos y tantos ancianos y ancianas que necesitan de nuestros gestos de amor providente. Ayer leía con mucha tristeza el incremento alarmante de pacientes envejecientes abandonados en los hospitales. Para con nuestros ancianos debemos intensificar una pastoral que les haga palpar que la providencia divina se hace presente en sus vidas; que Dios se hace presente en medio de ellos mediante nuestro acompañamiento espiritual, sacramental y de caridad social. 

Esta solemnidad también nos invita a ser en Puerto Rico presencia de la Providencia Divina. Como padres y madres, debemos ser reflejos del amor providente de Dios para con nuestros hijos e hijas. Como abuelos y abuelas, ser providentes con nuestros nietos y nietas cuando se trata de transmitir la fe, cuando tengamos que estar vigilantes que reciban los sacramentos especialmente los del bautismo, comunión y confirmación. Como servidores públicos debemos reflejar un gobierno, un servicio público que refleje un amor providente por los niños y niñas, por los enfermos, los lugares de pobreza, por aquellos que no les llega el agua o el servicio eléctrico es deficiente y costoso; providentes para nuestros pobres que tienen problemas en conseguir servicios médicos con prontitud y dedicación.

De igual manera, esta solemnidad nos invita a ser cristianos y cristianas confiados en un abandono total a la divina Providencia. A veces confiamos ciegamente nuestras vidas, anhelos y esperanzas en los que gobiernan, o a capitanes de la economía o a los tecnócratas. Sin embargo, como pueblo católico debemos saber que nuestro auxilio verdadero viene del Señor que hizo el cielo y la tierra; que nos creó; que nos ama con ternura providente. En este día digamos con el salmista: Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor.  […]

Nos hacemos eco de las palabras de San Juan: “Tenemos plena confianza de que Dios nos escucha” (1jn 5,14). Nos escucha con oídos de Padre, con oídos de nuestra madre María y con oídos fraternales en Cristo. Nunca dejemos de pedirle a María, madre de la Divina Providencia; nunca dejemos de encomendarle nuestras necesidades; nunca permitamos que la esperanza en Señor desfallezca. Si perdemos la fe en la Madre de la Divina Providencia, perdemos la fe  en nuestro futuro. Miremos a nuestra Patrona de la misma manera como fue Providente en Caná de Galilea; y como lo puede ser en cada rincón de nuestras vidas. . 

Esta Solemnidad coincide con la celebración de la séptima Jornada Mundial de los pobres que tiene por lema extraído del Libro de Tobías:” No desvíes el rostro de ningún pobre.” Vienen a mi mente, unas palabras muy significativas de aquella primera jornada en el 2017 sobre la pobreza en el discípulo en  que decía el Papa Francisco: “No olvidemos que para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante todo vocación para seguir a Jesús pobre. La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza nos impide considerar el dinero, la carrera y el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad” (19 Nov. 2017).  

Recemos especialmente por los pobres de Ucrania, Gaza, Sudán del Sur y todos los lugares donde hay guerras, pues los pobres son las víctimas más afectadas por estos conflictos. De igual manera, estemos atento a la pobreza que viven tantos germanos y hermanas nuestras. El evangelio nos insiste a velar por estos, a “darles de comer” tanto del pan para una vida digna y justa vida como del pan espiritual para la vida eterna. 

Que nuestra Señora de la Divina Providencia interceda ante el Padre por nuestras necesidades espirituales y materiales. Amén.

Mons. Roberto O. González Nieves, OFM

Arzobispo Metropolitano de la Arquidiócesis de San Juan de Puerto Rico

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