Contexto

Después de haber recorrido las dos primeras semanas de Pascua en las que nos hemos enfocado en la resurrección y el Bautismo respectivamente, pasamos a otra etapa de este bello tiempo siguiendo los pasajes escogidos de la Palabra de Dios.

Aun así, quisiera, que ante el mensaje de la Palabra de Dios hoy (Hch 3,13-15.17-19;1Jn 2,1-5a; Lc 24,35-48) cayéramos en cuenta que la Cuaresma y la Pascua están realmente conectadas y no podemos celebrar realmente el gozo pascual sin una verdadera conversión, que no se puede limitar a Cuaresma. 

Pedro, en una de sus primeras predicaciones, da firme testimonio de que Cristo resucitó de entre los muertos, pero además aprovecha para llamar a la conversión de sus oyentes, aun cuando excuse al pueblo del pecado de haber rechazado y asesinado a Jesús. 

Juan, en la segunda lectura, nos dice que la finalidad de la muerte de Jesús fue reparar los pecados del mundo al ofrecerse como víctima, pero también invita a no pecar.

Finalmente, Jesús, al final del pasaje evangélico de hoy, dice: “el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos…”.

 

Reflexionemos 

No sé si me equivoco, pero a veces pienso que nuestras prácticas cuaresmales las vivimos como actividades de temporada, como algunos menús; como si comiéramos lechón en Navidad, pescado en Cuaresma, etc. para luego volver a lo mismo, al terminar esas épocas del año. 

No es que eso sea malo, pero si la vivencia de los tiempos litúrgicos se limita a “cosas de temporada”, no necesariamente nos convertiremos de verdad. De hecho, la Pascua, que en el hemisferio norte coincide con la primavera, es tiempo de florecimiento y cosecha. Así también debe ser espiritualmente, porque si simplemente cambiáramos de menú, pero no nos convirtiéramos, la Pascua no sería tiempo de florecimiento y cosecha espiritual.

Algo que debe florecer en Pascua es nuestra relación personal y real con Jesús. Es interesante la pregunta de Pedro en la primera lectura: “… ¿de qué se admiran? …”  ¡¿Cómo no se iban a admirar de la sanación de un lisiado?! Pero es que para los Apóstoles la acción de Jesús es tan real que, en cierta, manera no hay porque admirarse que actúe en nuestras vidas y a través de nosotros. Nuestra relación con Jesús debe ser tan real y vívida, que la acción del Señor no sea algo raro, sino casi como algo normal y ordinario en nuestras vidas.

Otro tema que toca Juan en la lectura y en esta carta, así como en otras del N.T.  (por ej. Heb), es el de propiciación. Jesús ha se ha ofrecido como víctima de propiciación. El sacrificio del Señor es uno de purificación y alianza. Jesús con su sacrificio remedia el mal del mundo, es instrumento de perdón y reconciliación. Nosotros por los sacramentos pascuales recibimos estas gracias. ¿Se nota ese remedio o sanación de nuestros pecados en nuestras vidas? ¿Alguien se podrá admirar, no tanto de que un lisiado se sane, sino de que vivamos una vida nueva? Con razón Juan dice: “Hijos míos, les escribo esto para que no pequén…En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo lo conozco» y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él.”  Aquí está el milagro que debe admirar a otros: que podamos liberarnos del pecado y cumplamos los mandamientos, no como algo impuesto de fuera, sino saliendo de corazón nuevo renacido en la Pascua por medio de los sacramentos de iniciación o su renovación.

A modo de conclusión  

La conversión no es un artículo de temporada para la Cuaresma. Más aún es uno de los grandes frutos de la Cuaresma y la Pascua, porque Cristo resucitado, a quien nos unimos por el Bautismo, la Confirmación y al Eucaristía, nos hace participes de su vida y Espíritu, como un don permanente, no de temporada.

 

Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes

Para El Visitante

 

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