Finalizado el partido final entre Estados Unidos y Puerto Rico del Clásico Mundial de Béisbol 2017, en medio de la celebración de la victoria, un periodista le preguntó al pelotero Adam Jones por su inspiración para vencer al equipo boricua. Jones contestó: “¿Te puedo decir la verdad? Antes del juego notamos que había camisetas de campeones hechas y un vuelo (fletado a la Isla) que no nos cayó bien. Y una parada que no nos cayó bien. Hicimos lo que vinimos a hacer”.
La bola es bien redondita y favoreció al equipo estadounidense, campeón entonces por su gran talento y magistral desempeño. Ahora bien, las motivaciones de Jones no fueron la sana victoria o llenar de sano orgullo a la nación norteamericana, sino derrotar el sueño del team rubio y la nación boricua que vibra de júbilo cada vez que los nuestros nos representan. Sus palabras buscaban jactarse de propiciar una paliza deportiva.
La envidia, según el Catecismo (núm. 2539), manifiesta la “tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida”. Además, queda claro que se infringe el décimo mandamiento: No codiciarás nada que sea de tu prójimo. Aunque esto signifique arrebatar al prójimo sus bienes, alegrías o talentos por medios lícitos, ilícitos, violentos, vengativos y sin sentido ni racionalidad. Los hijos más destacados de la envidia son la corrupción, el narcotráfico y el robo.
La caridad es la virtud que doblega la envidia. Con esta virtud teologal, “amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios”, (Catecismo, 1822). La caridad es fruto del Espíritu, de la relación del hombre con Dios y el servicio. Es ese amor que se materializa en buenas obras concretas con el prójimo que es el próximo en la hermana, el vecino, el anciano, el adversario, la recepcionista, los conductores en los autos o la dama en la fila del banco.
Caridad es servir sin interés y con empatía independientemente de que el otro sea o no del club, del equipo, del combo, del partido o del grupo. La caridad fraterna es buscar el bien del otro, en la denuncia de la injusticia y del pecado que atenten contra la dignidad humana. Ya lo dijo San Pablo en su primera epístola al pueblo de Corinto: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad”, (13, 13).
Enrique I. López López
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