“Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”, (Jn 1, 14). Se hace evidente que el Verbo se encarnó en las purísimas entrañas de la Virgen, según Isaías (7, 14) profetizó siglos antes. El acontecimiento de la Encarnación y la maternidad de María quedaron revestidos de la mayor santidad.
Abraham y Moisés hablaron directamente con Dios Padre y los Apóstoles caminaron con Jesucristo, pero ningún ser humano ha estado más cerca de Dios como María que se auto describe como esclava del Señor. Es la primera cristiana y la esposa del Espíritu Santo. María es 100% madre de Jesús y Él es Dios Hijo, segunda persona de la Santísima Trinidad. Prueba de su maternidad total es que lo llevó en su vientre, lo parió, migró con Él en brazos a Egipto, lo crió y lo acompañó en su vida pública. También, durante su Pasión y Muerte… Y fue testigo de su Resurrección y de Pentecostés. Además, se encuentra con su Hijo en el cielo.
Sobre el dogma de fe María, Madre de Dios se señala que María es la madre de Jesús; quien es íntegro y no puede separar su humanidad de su divinidad porque es 100% Dios y 100% hombre. Por lo tanto, María es madre de Jesús, Madre de Dios. ¿Acaso el Niño Dios podía dejar de ser Niño o Dios en algún momento? No.
El Concilio de Éfeso, en el año 431, definió el dogma. Concilio Vaticano II señala: “Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades”, (Lumen Gentium, 66).
Son cuatro dogmas marianos que todo católico debe conocer, amar y promulgar con confianza. Adicional al Dogma de María, Madre de Dios, se encuentran: la Inmaculada Concepción de María (Ineffabilis Deus, 1854); la Perpetua virginidad de María (Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 499); y la Asunción de la Virgen (Munificentisimus Deus, 1950).
Enrique I. López López
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