Apenas era un sacerdote recién estrenado, pues todavía dormía como un lirón, hubo una explosión de gas fluido en algún lugar circundante y los vecinos estaban desesperados ante el estruendo. Yo dormía a mis anchas. Cuando despertó mi tía Elena, que a la sazón vivía en Summit Hills, me asedió con la pregunta crucial: Tú, ¿no oíste el estallido? Imagínate se oyó en Guaynabo. Le aseguré que no. Se puso las manos en la cabeza y dijo: se acaba el mundo, él no oyó la explosión.    

A raíz de la situación explosiva en Las Piedras, con su dosis de miedo y pánico, recordé aquella mañana de angustia y cómo el sueño se torna en aliado de una más allá misterioso y sutil. A veces es mejor no oír, ni ver. La tragedia es devastadora, deja al descubierto esa lágrima que rueda por las mejillas como señal de conmoción interior.

Se vive en el misterio de la existencia, en anhelos de la acogida, de ver más allá de la calamidad. En todo momento la suave ternura abrevia los ratos amargos y cimenta el yo creo sobre el momento decisivo. Ante la sorpresiva experiencia, la solidaridad, la oración, el pensamiento justo, aceleran el hágase tu voluntad tan medicinal y justo.

El peligro siempre acecha. Si fuéramos a tantear en donde está, quedaríamos exhaustos y perplejos para hacer frente a la tarea diaria. Evitar toda experiencia de temor y pánico es tarea de sabios a tiempo completo y de observantes de la gracia divina al lado de Cristo Crucificado. Los demás caeríamos en la perplejidad y el miedo, dominaría el eclipse de la alegría y la esperanza.

Entender que la modernidad está atada a cualquier fallo que es parte de su misma esencia nos ayudaría a entender que el riesgo siempre está presente. A menudo soñamos con “parece todo perfecto” porque se maneja con la electricidad o el gas licuado. Es tal la comodidad, o el confort del progreso que se da todo por sentado, todo fluye como está estipulado.

Un fogón en llamas no crea el pánico que una explosión de gas licuado. Crea tensión pero es fácil de sofocar. Una manguera con presión cumple su cometido antes de que llegue la prensa. Los daños no son comparables con una pequeña muestra de lo que fue la bomba atómica lanzada sobre las ciudades japonesas.

La explosión de Las Piedras, en San Lorenzo y en otras partes del país, nos narra la catástrofe como cátedra de Adviento. Conspira la pena y el sufrimiento. Sin amor y fe caeríamos víctimas de las lágrimas y la enfermedad mental aumentaría en poco tiempo.

Padre Efraín Zabala

Para El Visitante

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