(Tercero de varios)
“No codiciarás”, (Ex 20, 17). Servir a Dios y a los ídolos de la opulencia, el lujo y los quilates es imposible porque se despreciará a uno de los dos, como explica Jesús (Mt 6, 24). Se le llama avaricia al afán desmedido de poseer y adquirir riquezas. También conocido como codicia, infringe el noveno y décimo mandamiento. El Catecismo de la Iglesia Católica (2536) alerta sobre deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos.
La avaricia es como un cáncer para Puerto Rico manifestándose en otros pecados que palpitan en la calle como el engaño, la manipulación, la estafa, el robo, el soborno, la malversación de fondos, la falsificación, entre otros que desembocan en la violencia. La idolatría al dios dinero no responde a estrato social, ideología política, edad, raza, ni a estado civil, tanto el que viste de camisa formal con lazo como el que utiliza sudadera, el delgado como el obeso o el que transita por la avenida bancaria en auto lujoso o a pie pudieran ser codiciosos.
La mala maña más evidente de la avaricia es la corrupción en el sector gubernamental y en la empresa privada. ¿Quién paga los platos rotos? Todos, pero en especial los pobres… Este pecado es responsable en gran medida de la desigualdad social y la corrupción.
El único camino es la generosidad de dar, de entregar y de servir que es gastarse por el otro… Con nada vinimos a este mundo y sin nada nos iremos, dice el refrán. Por lo tanto, entregar al prójimo parte de lo que Dios nos regala es un mandato divino, una virtud capital y uno de los escalones de las Bienaventuranzas para asumir el camino que dirige a la patria celestial.
El Catecismo (2544), basado en la Sagradas Escrituras (Lc 14, 33; Mc 8, 35; y Lc 21, 4), lo deja muy claro: el precepto del desprendimiento de las riquezas y los bienes materiales no es una opción sino es obligatorio para entrar en el Reino de los Cielos. Para ver a Dios será necesario renunciar y apartarse de los bienes de este mundo.
No se trata solo de dinero, se tiene tiempo, talento, vida y ánimo. La clave será mirar a Jesús, su ejemplo, su modo de ser y actuar, que decidió desprenderse de todo para salvarnos. Por ello, urge la conversión y una pequeña transfiguración del seguidor de Jesús en clave de gestos generosos para seguir los pasos de Jesucristo. Al final, la verdadera riqueza se encuentra en entregarse a los demás.
Enrique I. López López
Twitter: @Enrique_LopezEV