El ser humano posee una dimensión espiritual, una física, una emocional y una mental. Están entrelazadas no unidas. Un solo ser, íntegro, que al final de su misión se encontrará cara a cara con Dios. Pero, ¿qué pasaría si jugamos a que una dimensión domine a otra? ¿Qué pasaría si las emociones determinaran lo espiritual? Hay un grave dilema que se corre por debajo de la alfombra y es cuando las emociones -directa o indirectamente; consciente o inconscientemente- determinan o influyen en lo espiritual.
Las emociones básicas son alegría, miedo, coraje y tristeza. Pero, si limitamos la alegría a la vivenciade la fe surgen unas preguntas: ¿Si la alegría se acaba se acaba la fe, la esperanza, y la caridad? ¿Qué sucede cuando llegan las otras emociones?
Todos lo hemos visto. Cuando la muerte y la enfermedad tocan la puerta, la fe se pone a prueba y tiemblan todas las otras dimensiones del ser. La fe está en otro plano, la fe no es una emoción. Si la fe se enlaza a la alegría es como construir una torre de naipes en un día que comienza calmado y luego se torna ventoso. Claro, cuando llega la prueba, llega el coraje y el cuestionamiento y ¡boom! hasta la ofensa a Dios… Además, la experiencia de fe es una revelación madura poco a poco y queprecisamente en los momentos de dificultad ayuda a sobrellevar la prueba de manera misteriosa sin importar el desenlace…
Es como si a pesar del dolor, del coraje, de la incertidumbre o la dificultad, incluso con las emociones más difíciles de sobrellevar, hay una certeza profunda, una luz, una calma que recuerda que todo pasará y que pase lo que pase Dios está ahí cuidándote.
Es la Santa Voluntad de Dios la que queda rezagada cuando las emociones toman control del mundo espiritual porque buscan justificar, jalar por los pelos el anhelo o reclaman un milagro. El plan de Dios tiene un propósito y la vida tiene sus límites para culminar con el momento de la pascua que todo creyente en su interior anhela, pero que no hay prisa.
Por ello se hace urgente el profundizar en la formación y experiencia de fe, en la vida sacramental y crecer en las virtudes y en la misericordia de Dios. Hay que procurar ser seres integrales y saludables espiritual, física, mental y emocional. Y así no permitir que las emociones dañen nuestra experiencia de fe, sino que sea una parte más de la obra de arte de vivir.