El “hogar por ti suspiro” canción escolar, se ha perdido en el papeleo de la modernidad a rajatablas. Es tanta la indiferencia de los componentes de la vida que había sido elevada a antesala del cielo, que se vive en un otoño perpetuo, hojas secas por todos lados, y esas hojas provienen del mismo hogar, de la escuela, de las teorías más asfixiantes.

Nunca ha habido una perfección total en las realidades humanas, pero el colapso de la fe y la moral dejan un saldo de distancia y categoría que se perpetúa generación tras generación. Los progenitores acorralados por el modernismo epidemiológico tienen que revestirse de paciencia, mirar para todos lados, evitar discutir los temas fundamentales. Es decir; el silencio impera y sólo se oye la voz de los nuevos gurús de la mente y el corazón.

La escuela al borde del colapso y el hogar en bancarrota forman un binomio ineficaz para estos días temperamentales. La disciplina hogareña pasa por su peor momento y la escuela se torna en conflicto y opción fragmentada. Lo que se enseña en el hogar, con el corazón en la mano, se pierde antes discusiones paralelas que influyen negativamente en los retoños.

Es el hogar pausa amorosa, desvelo compartido, abrazo de fe y costumbres. La bendición que se pedía al salir del hogar, la constante “cantaleta” de los padres, la obediencia como escudo, eran alas para mantener la categoría, para evitar las caídas deshonrosas. Ponerse “pico a pico” con los padres era visto como una falta de respeto, como una usurpación indebida.

Ese núcleo, o célula, que se llama hogar, va consumiéndose entre lo económico, el modernismo a la trágala, las ínfulas de tener y poseer. Querer dar clase a los padres o contradecirlos hasta en sus creencias, va de la mano de aquella lección que recibieron en la Universidad y que tiene el sello, de sapiencia única, de iluminación perfecta.

Ser obscuridad de la casa y luz para los de afuera parece ser un ideal de estos días. La alabanza a los de afuera puntualiza una categoría de las mejores, los de la casa son problemáticos, anticuados, hechos a la antigua. Cuando se echa en saco roto las enseñanzas hogareñas surgen las inclemencias de la vida, se aglomeran los males.

El frio hogar deja cicatrices imborrables. Toda esa carga emocional se desliza hasta el futuro hogar que formarán los hijos. Cargarán el peso de un equipaje que deja ronchas en el cuerpo, en la sicología, en el corazón. Saborear y digerir esos días al lado del fuego del hogar tiene como efecto una vida feliz, una alegría de ser hijo de mamá y papá de rodearse con sus hermanos. Como brotes de olivo, así deben ser los hijos que calientan la familia y se hacen defensores de lo bueno y lo bello.

P. Efraín Zabala

Editor

 

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