Cada día como creyentes tenemos que reafirmarnos en nuestra convicción, conversión y seguimiento del camino y llamada del Dios verdadero. Esto ante el buffet de dioses falsos cuyas propuestas de promesas, consuelo, riqueza, la mal llamada suerte, placeres, amores efímeros, falsas seguridades, entre muchos otros, solo señalan a una felicidad momentánea en este mundo. Estos dioses huecos no aspiran a lo divino ni a lo trascendente porque solo cumplen con satisfacer una necesidad urgente. Como si se tratada de oferta y demanda, de compra y venta. Lo peligroso es que ante ojos caprichosos, el Dios verdadero pudiera parecer un mero observador, incapaz y tonto. Y todos estamos expuestos a la tentación…
Un ejemplo básico son las virtudes y pecados capitales. Se le da una lavada de nombre y los “dioses” más deseados en el crazy weekend son las noches de alcohol con juegos de cartas, con las malas compañías que insistan a las drogas, sexo, chismes y violencia. Y para terminarlo con el despilfarro de dinero y la quemazón que deja para el lunes solo una pereza terrible que mata cualquier productividad y una rabia-preocupación por el cargo de conciencia de haber trepado las tarjetas de crédito. El colmo es que no hay reconocimiento interior y la culpa es huérfana.
Dios no tiene buena prensa ni la mejor campaña de mercadeo. La humildad, la generosidad, la castidad, la paciencia, la templanza, la caridad y la diligencia no se pregonean en el voceteo ni en los partys. La fe, la esperanza y la caridad que ofrece no satisfacen necesidades efímeras…
¡Se trata de dónde está el corazón! Si mi pensamiento, palabra, obras y corazón están en la salud, dinero y amor, en el milagreo o en los mal llamados “trabajos” que son hechizos de los hijos del mal, pues, ahí estaría mi tesoro en una casa de mentiras y “promesas”. Si están en el jangueo, pues mi tesoro tiene resaca… Pero, si mi pensamiento, palabra, obras y corazón están en lo trascendente, en practicar las virtudes y en vivir una vida centrada en la fe, la esperanza y la caridad, en la búsqueda de la patria celestial, pues mis tesoros no están en este mundo donde pueden ser robados o corroídos.
Al final, nuestra existencia se trata de: “Buscar primero el Reino de Dios y Su justicia, que todo lo demás llegará por añadidura”, (Mt 6, 33). Por ello, propongo una reflexión. ¿Dónde guardo mis tesoros (pensamientos, palabras, obras y corazón) hoy? ¿Soy lo que creo? ¿Estoy listo para cuando llegue la prueba?
Enrique I. López López
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