La Sabiduría (que en nuestra visión cristiana es Jesús mismo), nos comparte que el deseo de Dios es que ninguno de nosotros se pierda, sino que se salve.
En la 2da Carta a los Tesalonicenses, San Pablo les advierte que, como comunidad cristiana, tienen que estar unidos en la oración y no dejarse llevar por cualquier novedad.
El Evangelio de hoy nos presenta el curioso episodio de la conversión de Zaqueo.
Comenzamos esta vez, primeramente, con la segunda lectura de hoy. La comunidad cristiana de Tesalónica era una de las comunidades más pequeñas de las que fueron fundadas por San Pablo. Era una comunidad rodeada por gente hostil al mensaje de Jesucristo y por eso eran constantemente hostigada. Pero, a pesar de su pequeñez, esta comunidad era una comunidad ferviente, tan al punto que la primerísima carta que escribió San Pablo y, por ende, el primer libro sagrado del Nuevo Testamento es la 1ra Carta a los Tesalonicenses. Hoy, y por los siguientes domingos, reflexionaremos como segunda lectura esta carta. En ella, San Pablo quiere asegurarse que la comunidad cristiana de Tesalónica sea fuerte y firme frente a todos los ataques, tanto externos como internos, que esta comunidad puede sufrir.
El libro de la Sabiduría es uno de los libros que el mundo protestante no reconoce como inspirado por Dios y por tanto no aparece en su Biblia. Cosa lamentable, porque este libro nos presenta a la Sabiduría de Dios como una persona que entiende a Dios, conoce a Dios a fondo, ha estado y ayudado a Dios en la creación del mundo. Uno de los títulos que nosotros los católicos le damos a Jesucristo es Sabiduría de Dios y, por tanto, creemos que la persona que esta Sabiduría de Dios que nos habla en este libro es Jesús mismo. Pues Jesús, o la Sabiduría, nos dice que el gran deseo de Dios es que nosotros nos salvemos y por eso muchas veces pasa por alto las pocas vergüenzas nuestras. Esto explica muchas veces la existencia del mal en el mundo: Dios le da oportunidades al mundo para que se convierta y se salve. Cuando la Sabiduría en este libro nos dice que Dios no quiere que nos condenemos, sino que nos salvemos, definitivamente nos remite a la conversación entre Jesús y Nicodemo, que nos dice exactamente lo mismo.
Jericó viene siendo la última parada para todos aquellos que vengan de Galilea camino a Jerusalén. Jesucristo, caminando hacia su pasión, hace la parada obligada en Jericó. No tenemos que explicar un episodio que se explica por sí mismo, pero sí podemos sacar unas conclusiones: Jesús, cuando ve a Zaqueo trepado en el palo, no le da importancia a su vida de pecado, sino a su deseo de tener un encuentro con Él. Jesucristo abre su corazón a todo el que lo busca, crea el ambiente para que haya un encuentro verdadero y que esa persona tenga la oportunidad de salvarse. Cuando una persona alejada de Dios o de la Iglesia se acerca, es nuestro deber el de acogerlo, el de recibirlo, el de facilitarle el reencuentro con Dios.
Por otro lado, a Zaqueo le pasa lo mismo que a todos los que tienen un encuentro legítimo con Cristo: cambia su vida, quiere anunciarlo. El barómetro que nosotros debemos de utilizar para saber si una persona se ha convertido de verdad es ver si esa persona en verdad ha cambiado su vida, hace actos concretos de conversión, y no tiene miedo de anunciar a Jesucristo. Aprendamos de Zaqueo, de la Samaritana, del Ciego de Nacimiento, de la mismita Virgen María, y de todos aquellos que han tenido un encuentro con Cristo Vivo.
Padre Rafael Méndez Hernández, Ph.D.
Para El Visitante