Aflora la contradicción en cada asunto relevante o de poca importancia. Unos contra otros parecen ser el tema de nuestros tiempos. La mente politizada, o arbitraria, mece sus argumentos sobre los precipicios de la ilógica o el endiosamiento partidista. La mente se tupe y decir cualquier cosa es la orden del día. Sin la verdad a cuestas se tiende a poner una venda, a confundir por puro deleite.
Todo parece arreglado desde el argumento débil, pero presentado desde una óptica impresionante. Ir contra el que tiene la razón es menú único, preferido de los poderosos. Cuando se trata de hundir al que se atrevió a diferir se recurre a los vericuetos de la ilógica pero respaldado por el dinero o la fama. Es un retorno al bizantinismo, a la palabrería hueca.
Cada grupo constituido tiene sus seguidores que están dispuestos a dar el todo por el todo con tal de que se haga su voluntad. Es preciso poner atención a los que afirmó tal persona de renombre en defensa de su líder que es casi un ídolo intocable. Vertió su total asentimiento o una idea que no pasa el código de la lógica y el razonamiento.
Se tiende a lanzar sombras sobre los que piensan diferente y se acumulan argumentos para el golpe de estado. No ver, ni entender es parte del eclipse que arropa el País y mantiene bajo las sombras del delirio y del ojalá. Los de poca educación formal pasan al anonimato y sobresalen los que cargan diplomas que deberían ser maestros del pueblo.
No hay tema fundamental que no pase por el cedazo de los iluminados que tienen la magia en sus manos y destilan miel para su bando. Mientras los necesitados esperan, se alza todo un andamiaje de palabras, buenos deseos, promesas. La verborrea es una pandemia, un síntoma de vaciedad. Pasa el tiempo y todo queda en la hamaca de las ayudas federales.
La mente, el corazón, la buena voluntad van atados a una convicción de que se vive para servir y amar. La contradicción surge cuando se quiere hacer pasar un camello por el ojo de una aguja sin raciocinio, ni ligero de equipaje. La lucha entre el poderío y el débil no puede ser una palmadita en la espalda, sin una constante actitud de indicar el camino de la superación y de la libertad.
Enderezar el camino equivale a dar el máximo, a establecer las colindancias de la dignidad de la persona. Toda manipulación contradice el plan de Dios y afecta al ciudadano convirtiéndolo en un mero proyecto económico vacío de alegría y dignidad. Enmendar las leyes de los pobres desde ser un propósito que rehúya la arbitrariedad y la contradicción.
Nuestra gente sufre la pandemia y espera un futuro de salud que devuelva la alegría de vivir. Echar sombras sobre los que se arremolinan alrededor de la mesa social es desviar la atención y propiciar la locura y la desorientación. Sólo el servicio y poner en primera fila a los mas que sufren, harán la gran diferencia y terminará la agobiante mirada de los que lloran a la vera del camino.
P. Efraín Zabala
Editor