La familia indiferente, o rodeada de antojos, se pierde en los enredos de la existencia. Ese pequeño grupo de entrelazados con el corazón requiere de afectos entrañables, de abrazos de reconciliación diaria. Cada uno por su sitio parece ser una ecuación fatal, una actitud fratricida que engendra desolación y alejamiento.
La lección diaria de trocitos de amor equivale a suplirse de anhelos y fuerzas para no desfallecer en la ruta de la vida. El respeto marca una colindancia útil para no pasarse de la raya, para dar a cada uno lo suyo. Calibrar el comportamiento no es indicativo de miedo, sino de prudente dádiva, de acercamiento de voluntades y actitudes.
Es la institución familiar un paraíso anticipado, una brújula que marcará el norte de un País en abrazo solidario. Los buenos modales, el sentido fraternal, el perdonar, se hacen semillas para el huerto del mañana cuando la vida sea más dura y azarosa. El futuro es incierto, pero se comienza a descifrar en el así éramos como afluente de aquellos ríos de ternura y compasión.
Enjuiciar la vida desde un convencimiento de fe y de enseñanzas vividas al rescoldo del hogar, suaviza el porqué de la existencia. Esa increencia del mundo contemporáneo desborda en prejuicios de dolor y angustia. El que cree tiene un camino andado, una luz que ilumina. Luego va uniendo la cátedra hogareña con la circunstancia y se desdobla en audaz cuidadoso, en aguerrido soldado de todas las causas.
El punto de referencia será siempre el hogar, un pequeño oasis en medio de mares encrespados. La cátedra hogareña no es sólo para graduarse de la Universidad, sino para dominar las situaciones borrascosas, enderezar los senderos. Las parábolas, oídas con amor, retumban luego en el matrimonio, en la vida universitaria, en la distancia.
Tergiversar la palabra honesta siempre trae disgustos sicológicos. El afán de dar la razón a quien no la tiene solo provee inexactitudes y tergiversaciones. No es bueno congraciarse con el que más grita o utiliza la fuerza. En el hogar los vándalos no tienen cabida, pues son aves de mal agüero. Es una torpeza afirmar el poderío económico o sicológico sobre unos padres que lo han dado todo y todavía mantienen su tolerancia.
El desprecio por la familia engendra espinas, dolor y angustia. El desperdicio de oportunidades de crecimiento armónico trae consecuencias malas. Se agrieta el corazón y se pierden las energías en cosas de poca monta. Falta el verdadero amor, la entrega, el cariño auténtico. Un abrazo familiar redunda en salud y en bienestar para todos.
P. Efraín Zabala
Para El Visitante