El grito de Puerto Rico, sustituido por los afanes económicos, y el ajetreo comercial, no llega a convertirse en muerte y desolación. Muy cerca está Haití con su dolor a cuestas, con su perenne llanto. Allí llora el corazón, se reúnen todas las penas. Sus habitantes, gente de carne y hueso, conviven con la escasez, con las penas siempre en acecho.
Los puertorriqueños estamos acostumbrados a la vida fácil, a verlo todo desde la tarjeta iluminada. No se está en sintonía con el llanto universal, y menos con el vecinal. Es usual mirar sin ver, hacer reverencia a lo mucho versus lo poco. Nunca se llega al meollo de la situación porque se acumulan los más inusuales argumentos en favor del tener, que es obligatoriedad dentro de un mundo que se desvela por estirar la cuota del presupuesto mensual.
Al mirar hacia Haití surgen las preguntas más filosóficas, ¿Por qué? Esa pregunta debe ser parte del misterio de vivir unido a la perversión de algunos que se infiltran en las instancias públicas para servirse con la cuchara grande. Los vándalos, que tienen instintos y alas, se convierten en enemigos del pueblo, en transeúntes sin corazón, ni sentimientos.
Desde aquí, con ayudas a tutiplén, se hace muy difícil ponerse en los zapatos de los que viven cerca del precipicio, esperando el día nuevo. Aunque siempre habrá un margen de error, la abundancia nuestra nunca podrá hacer una suma o resta adecuada porque faltan las razones del que tiene que escarbar para comer. Aquí se despilfarran los alimentos, la basura habla por sí sola.
Hasta ahora, la lotería federal ha traído toda clase de confeti y el aplauso es rotundo. Ese nuevo maná es irritante si no se aguza la mente y se agilizan los sentimientos y el corazón para rendir culto al pobre y al necesitado. Cuidado con la avaricia, con los bunkers, con el mármol que ser torna vecinal para algunos gustos refinados y arbitrarios.
Todavía no hemos comenzado a sentir la vastedad de los rigores económicos, ni las vacas flacas. Nos estoquea la gasolina, la falta de buenos stakes, las papas insaboro. Mientras se mira lontananza los boricuas pierden la ruta de las manos ágiles, de meterle el pecho a los sembradíos de plátanos y guineos tan de la mesa puertorriqueña. No se distingue entre lo de aquí y lo de allá, que era buen gusto y dulce mirada.
Lo que acontece en estos días es sólo una dosis de malos ratos, desesperanza, desilusión. La caída de los valores, de la familia, de la escuela, refuerzan el argumento de mañana será peor si no se hacen los ajustes necesarios y propios. Cada cual, con su pretensión de cruzar el charco, desafiar el clima y refugiarse en yo no se inglés formalizan un anhelo nuevo, una mirada evocadora de malos tiempos y muchos fracasos.
Después de dar al traste con una visión enfermiza, será propicio entusiasmarse con lo mejor y que está a la vuelta de esquina en cada rincón criollo que vende arroz y habichuelas y tostones. Al ingerir esta espontaneidad delegada se hace el compromiso de mirar hacia Haití con ojos de misericordia.
Padre Efrain Zabala
Para El Visitante