Me encantó cuando en los 90 Renovación Conyugal aceptó como lema: “!Haz de tu matrimonio algo diferente!”  La broma era: ¡cambia la mujer! La idea era un reto a la pareja.  Intentar lo nuevo, sobre todo si lo que actúo no me da el resultado que espero.  Porque lo mismo parirá ‘lo mismo’.  Hortensio fue el orador de moda en la Roma pagana.  Su estilo oriental era admirado e imitado por otros oradores.  Pero corrieron los años y también el gusto por lo nuevo.  Se preguntaba Hortensio por qué su decadencia.  Cicerón le contestó: “Seguías con lo mismo, pero ya no convenía lo mismo”.

Me gusta el acercamiento en terapia matrimonial de la consejera Weiner-Davis.  No acepta ella las terapias intensivas, las que bucean tipo Freud de lo acumulado desde el vientre de la madre, para entender la problemática del momento. Son costosas, extensas y tampoco satisfacen a la larga.  Habla ella de su “Breve terapia orientada a la solución”.  Es sencillo. Cambia tu rutina en algo sencillo pero continuado y observa resultados.  Ejemplo: ¿cómo recibes a tu pareja cuando entra por la puerta después del trabajo?  Cambia ese saludo, o ese beso, o esa primera palabra.  Mantiene y observa.

Se trata de cambiar, en cosas pequeñas, la rutina de siempre.  Mantén ese, o esos dos pequeños cambios, y observa.  Recuerdo de niño un bonito poema inglés que repetía: “pequeñas gotas forman el océano, la arenilla de la costa crea la playa”.  Lo grande está contenido por lo pequeño.  ¿Qué tamaño tiene el virus COVID, de infeliz memoria? Dicho de otra manera: pregúntate qué cosa de mi conducta hacia mi pareja sería diferente si la omito, o la sustituya con otra.  De forma más poética es la frase: donde no hay amor, pon amor, y cosecharás amor.  Tal vez la primera reacción sea insolente, borrascosa, o molesta.  Aguanta presión y mantén el cambio.

El tema profundo en la clásica película La Strada es el de un tosco y bravucón varón que prácticamente abusa de su humilde sirvienta Gilsomina.  Ella le aguanta con paciencia, le cuida.  La pobre pierde la razón al ver asesinado a su amigo el Loco. Champanó, egoísta, con miedo a ser acusado por esa muerte, la abandona.  Pero la conciencia le arde. Borracho, al final de la cinta, se mete en el mar y termina la película mirando el al cielo y llorando… El hombre tofete que no sabía de lágrimas, ante el recuerdo se humaniza llorando.

Recuerdo también la anécdota que tanto me impresionó.  El marido, bien egoísta por seguir sus gustos de jugar barajas hasta las tantas de la noche, llega su casa a la 3 a.m., abre la nevera para comer algo.  Su compañera despierta y al verle le exclama mansamente: ¡Déjalo, que yo preparo y que comas algo caliente!  Fue un gesto que le convirtió.  El efecto fue mejor que el regaño, la pelea por su falta de comprensión, por su abuso.

Esta actitud lleva primero a una autocrítica.  Es la famosa pregunta que le propongo a las parejas al comenzar el taller: ¿Qué estoy haciendo yo que, sin quererlo y sin malicia, está dañando eta relación?  Escribe la autora: “Los humanos somos seres de hábitos.  Nos comportamos en moldes ya convertidos en rito.  Son rutina desde que abrimos los ojos en la mañana hasta cuando vamos a la cama.  Todo lo hacemos de cierta manera automática.  Nos concienciamos de ello cuando sucede algo inesperado.  En una pareja puede ser una demanda de divorcio que llega, una pelea fuerte o botada de casa, un separarme a casa de mami…”  Es curioso, pues entonces se acepta la terapia, o se inscriben para un Taller. No esperes que el enfermo no aguante el dolor y pida ir a Emergencia, digo yo.  Cambia algo en lo pequeño, añade algo más, espera y observa si al otro lado también hay cambio.  Posiblemente te asombrarás del resultado.

Padre Jorge Ambert

Para El Visitante

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