“Experimentar la Pascua de Resurrección es parte del palpitar de lo que somos como pueblo cristiano”.Es un constante mirarse en el reflejo de la vida, en el corazón misericordioso de Dios. Es no dejarse caer ante la desesperanza del sin sentido de una parte de la sociedad que se fracciona en busca de sentido superfluo. Es encontrarse a sí mismo en una constante carcajada de amor con quien te es fiel y te mueve a la esperanza completa. Es reinterpretar la mirada humilde del pueblo que tiene como norte claro y profundo el camino de la cruz que llega hasta la experiencia pascual que nos llena para siempre.

“Sonrisas llenas de amor” podrían hacer presente una experiencia tan contundente y tan complicada a la vez. Contundente por su presencia real en medio de nuestras comunidades y tan difícil de explicar por la complejidad y profundidad de su verdadera manifestación. Levantarse del suelo desesperanzado para transformar nuestra mirada en ojos tiernos llenos de la luz de la Resurrección. La alegría que se experimenta puede compararse al momento del bautismo de un niño o de un joven que al recibir el agua, el Espíritu Santo, lloran o se sonríen. Es una transformación integral de alma y cuerpo que, aunque se manifiesta en dos emociones tan diversas son una misma realidad: la firma de Dios en los corazones que se hacen hijos de Dios. La alegría de la Pascua que se gesta en nuestro pueblo se manifiesta en el aplauso unísono, en la oración patente de cada corazón cristiano que se solidariza con sus hermanos. Se hace realidad en la acogida amorosa de los nuevos hijos de Dios que son inmersos en el caminar comunitario de un pueblo que impregna la realidad con profundas pinceladas de libertad, solidaridad y fortaleza en su caminar.  En una de las muchas experiencias que se han vivido en nuestra Diócesis expresaba un joven ante la pregunta sobre qué le había marcado más en la experiencia de Semana Santa y la Pascua que hasta ese momento había vivido, decía: “Ver el Bautismo de un joven y ahora llamarle hermano, darle la bienvenida y mirarlo a los ojos y sentir el orgullo humilde que da el ser hijos de Dios. Fue poder experimentar la ternura de un pueblo que miraba con orgullo e ilusión a cada uno de nosotros. Ver cómo se llenaba de esperanza y sentir que me abrazaban desde sus lugares. Hoy le puedo decir a ese joven: «Bienvenido, esta es tu familia»”.

No es mirar cada experiencia individual sino lograr contemplar el todo de la Pascua. Tan sencillo como un abrazo, tan profundo como una decisión. “Ver a Jesucristo resucitar ha sido lo más emocionante que pude experimentar”. Humildad de un acto, radicalidad de una experiencia espiritual. Hay un brillo distinto en un pueblo que ha reconocido que se hace presente en el corazón de Dios. Un brillo en su mirada delata la alegría pascual que empuja fuertemente a asumir una misión bautismal. Experimentar esta alegría renueva el interior de nuestras comunidades. Es como devolver a la naturaleza lo que le pertenece. Dar a Dios lo más hermoso que tiene nuestro pueblo, su corazón.

“Vivir para esa Noche” como decía nuestro Beato Carlos Manuel, es más que vivir la Vigilia Pascual. Es encarnar la alegría que conlleva este tiempo de fiesta celestial y terrenal. Es ser cristianos alegres que impregnen con perfume de santidad cada espacio real y concreto de nuestras familias y de nuestro propio corazón. Es hacerse uno en el servicio al prójimo. Es darnos cuenta que somos llamados a una apertura experiencial del otro que nos hace encontrar nuestra identidad comunitaria. Es un rechazo al individualismo y a la falta de solidaridad real. Es sencillamente ser quienes verdaderamente somos: un pueblo cristiano que peregrina en nuestra amada Diócesis de Caguas.

Padre José Ramón Figueroa Sáez

Coordinador Comisión pastoral de comunicaciones

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