(IV Domingo de Cuaresma)

Vivimos un domingo en el que se conjugan la alegría y la luz. Tal es la alegría a la que se nos llama que, hasta, se nos permite adornar con flores el altar (cfr. OGMR, 305). La interrogante que inmediatamente cabe es el por qué de tanta alegría si aún no ha llegado el Domingo de Resurrección. La antífona de entrada, la oración colecta y hasta la oración sobre las ofrendas son insistentes en el gozo que ha de embargar a quien se prepara para la celebración pascual. Así también entiendo que la respuesta a tanta alegría la ofrece el elemento de la luz presente en todos los componentes de la liturgia de la palabra y en las demás oraciones propias de esta celebración.

En la primera lectura (1 Sam 16, 1. 5-7. 10-13) hay una sugerencia contundente a la falta de luz que tiene el hombre en su mirada: Porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón. Dios no busca lo robusto, lo alto o experimentado de Eliab; se fija, más bien, en lo pequeño, en lo débil e inexperto de David. Su divina luz le permite ver, lo que la ceguera humana no percibe. El salmo de esta celebración (Sal 22) tiene, también, una referencia directa a la falta de luz cuando habla de las oscuras cañadas por las que las ovejas podrían descarrilarse o llenarse de miedo. Sin embargo, el cayado del pastor cual lámpara brillante, le hace pasar del temor a la confianza; de la angustia a la gozosa celebración. También en la segunda lectura (Ef 5, 8-14) hay un anuncio muy sugestivo: Pablo señala que quien vive en la luz del Señor vive alegremente en la bondad, en la justicia y en la verdad. Cabe, entonces, señalar que quien vive iluminado, vive rescatado. El sueño, la muerte y la noche pertenecen a las tinieblas; el despertar, la vida y el día pertenecen a la luz.

El Evangelio (Jn 9, 1-41) narra precisamente cómo Cristo hace pasar a un ciego de nacimiento del sueño y de la oscuridad tenebrosa al vivo despertar y a la esplendorosa luz. El divino obrar de Cristo no deja de estar rodeado de referencias a las humanas oscuridades: Por un lado, los discípulos con sus vetustos criterios de pecados heredados; por otro lado, el escepticismo de los vecinos a quienes les era más fácil concluir que a quien ahora veían era a otra persona. También son referencias a las oscuridades humanas, la malicia de los fariseos con su tenebrosa legalidad, su supuesto conocimiento teológico y su perversa sagacidad para hilvanar un proceso esclavizante y someter a quien Cristo había liberado. Es también referencia a la oscuridad humana hasta el temor de los padres en reconocer a Jesús como el causante de la iluminada alegría de su hijo.

Alegrémonos porque Cristo es la luz y en el ciego de nacimiento ha llegado a iluminarnos a todos; ha llegado a hacernos pasar del mundo de las apariencias al mundo del corazón; a hacernos pasar del terror al esplendor, de lo oculto a lo manifiesto; de los prejuicios humanos a la misericordia divina, del pecado a la gracia. De la servidumbre a la adopción filial; de la esclavitud a la libertad, como gozosamente cantaremos la noche de Pascua. Ha llegado a hacernos pasar de la duda a la fe; de la inmundicia a la pulcritud. De las adjudicadas culpas inter generacionales al arrepentimiento personal; ha venido a rehacer nuestro barro y lavar nuestras miserias. A hacernos pasar del erguido escepticismo a la postrada piedad. Ha llegado a hacernos pasar de un árido desierto a un florido jardín. Un día como hoy no resistamos a las alegres flores en el altar; si nos resistimos, podría parecer que nos gusta el triste desierto, la muerte, las tinieblas o la ceguera. Y eso… no se vale. ■

P. Ovidio Pérez Pérez
Para El Visitante

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