(Primero de dos artículos)
¿Confesarse o no? Esto suele ser un dilema recurrente. En ocasiones se escuchan discusiones entre familiares, amistades y hasta compañeros de trabajo sobre la confesión. Algunos piensan que es suficiente reconocer las faltas y presentarlas al Señor como un asunto privado y otros piensan que es una pérdida de tiempo. Sin embargo, para un católico practicante, la confesión, como se le conoce al Sacramento de la Reconciliación, es una oportunidad para sentir la misericordia del Señor, pues concede el perdón y la sanación que el alma inquieta busca.
Según explicó Fray Roberto Martínez, OFM Cap., “primero se necesita mucha humildad y tener el deseo de restablecer la relación con Dios. Luego, hablar con toda sinceridad y honradez sobre todas nuestras equivocaciones”. En este proceso indicó que, “sentir vergüenza y hasta miedo de hablar con un sacerdote es normal. Solo se tiene que recordar que el sacerdote está entrenado, por así decirlo, para acoger y ayudar”.
Ante esto, el sacerdote sugirió:
Examen de conciencia: Busque un espacio cómodo y sereno e invoque al Espíritu Santo para que le ilumine y ayude a recordar aquellas cosas en las que ha lastimado al prójimo y a sí mismo. Si es posible anótelo para que no se le olviden. Repase los 10 Mandamientos, los pecados capitales, las obras de misericordia, los pecados de omisión y las faltas de caridad.
Contrición del corazón: En este paso se hace un esfuerzo por tomar conciencia de cómo las faltas que ha cometido han lastimado la propia dignidad o la de otros y a partir de ahí, sentir un arrepentimiento genuino.
Confesión: Expresar los pecados al sacerdote, aunque sienta vergüenza, debe ser sincero y expresar con palabras sencillas, sin omitir ninguna falta de las que esté consciente. Los pecados olvidados son automáticamente perdonados, los omitidos voluntariamente no. Puede realizarse de la siguiente manera: “Per dóneme, Padre, porque he pecado. Hace ___ semanas (años) desde mi última confesión y estos son mis pecados: (enumérelos)”.
Propósito de enmienda: Es una firme resolución de nunca más ofender a Dios. Si no hay verdadero propósito de enmienda, la confesión es inválida. No significa que el pecador ya no volverá a pecar, pero sí que está resuelto a evitar los pecados que ofenden a Dios.
Cumplir la penitencia: Una vez termine la confesión verbal el sacerdote le ofrecerá consejo y le impondrá una penitencia, la que hará después de la confesión. Usualmente son oraciones, obras de caridad, sacrificios o lecturas bíblicas para reflexionar. Esto sirve para reparar el daño que ha hecho al corazón de Dios. ■
Vivian Rivera Colón
Para El Visitante