Ben y Jennifer vuelven de nuevo. Para los que defendemos la relación ‘hasta que la muerte nos separe’ podría ser noticia de alegría. Pero, se me cae un poco el moco al leer los acuerdos para fortalecer su nueva relación. ¡Esta se asegurará contra toda infidelidad y desgarre futuro, si la pareja se compromete a tener sexo cuatro veces a la semana! Se me cayó el moño, aunque no lo tengo. ¿Cómo es posible asegurar una relación tan importante entre dos seres, y lo que es para nosotros los creyentes una misión sagrada de crear familia, a través de un compromiso de repetir a cada rato la relación sexual? Es como asegurar algo tan sagrado como lo que oigo de un animal, no se si vertebrado o invertebrado, que vive en continuo coito.

Solidificar la relación matrimonial a través de múltiples relaciones sexuales es un desastre. Primero, porque te cansarás repitiendo la misma acción con el mismo, o la misma, y más deseos tendrás de multiplicar lo mismo con otras parejas diferentes. Comer todos los días biftec encebollado pierde el fun. Sería poner lo sólido en un objeto, no en una persona. Como doloroso me confesaba un amigo, en antigua adicción sexual que, frustrado al no haber conseguido pareja para esa noche, entretenía su mente recordando todas las mujeres que habían pasado por él, y las que aún le faltaban.

Vivir en el matrimonio relaciones sexuales, y no entregas sexuales, es rebajar esa relación al nivel animal. Los animales buscan su encuentro cuando el instinto, y su composición biológica, les impulsan por el ciego deseo de perpetuar la especie. Los seres humanos tenemos entregas sexuales. Eso significa que lo más importante no es buscar agotar todas las posibles posturas del Kama Sutra, sino la entrega de toda la persona hacia esa otra que es mi propio yo. Es entrega no solo de órganos sexuales, sino de corazón, de palabras, ternura, centrándose en que la pareja consiga plenitud humana a través de su propio regalo. Sin negar el cuerpo, se entrega el alma.

Poner el crecimiento de una pareja en la multiplicación de sus encuentros sexuales es ponerle fecha al divorcio. Porque una vez conseguida tu pasión, se te acaba el deseo. Sería matrimonio hasta que se acabe el deseo. Y éste, como el flan deseado por el niño goloso, se consume en tiempo definido. Como el marinero, que enfiló la nave para llegar a San Juan, descansa seguro al entrar por la boca del Morro.

Alabamos que una pareja, sea la que sea, después de superar los desencantos y pecados, vuelva a encontrarse. Pero que sea persuadidos de que esa persona no era una persona más, de las muchas que salen a nuestro paso, sino la persona especial, única en la que defino mi propio ser mientras viva. Por eso entiendo esos casados que, al perder a su pareja por la muerte, ya no sienten motivos para seguir viviendo. Esa persona no era una más. Esos entienden la fuerza de la copla: “Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio; contigo porque me matas, y sin ti porque me muero”. Me matas, chocas con mi egoísmo, mortificas mi impulso de dominio, pero si te dejo para liberarme de esa pena, peor pena me aguarda.

Reconozco el talento de Ben y de Jenny. ¡Qué pena que ese talento se agote con esa visión tan corta de lo que es una experiencia humana, como Dios la diseñó para los que recibieron la misión de vivir casados! Ojalá, tras la nueva desilusión, que tal vez no tarde mucho, se den cuenta de que hay que hurgar por otros lados para, como el perro, encontrar el hueso genuino que da gusto perpetuo.

Padre Jorge Ambert
Para El Visitante

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