En el Tercer Domingo de Adviento celebramos el Domingo de Gaudete que significa el Domingo del “regocijo” o de la alegría ante la llegada de la Navidad. Ese Domingo nos prepara para la alegría de la navidad. Pero, ¿cómo vivir esa alegría de ese domingo y de la Navidad en nuestro contexto después del Huracán María? ¿Cómo experimentar ese regocijo cuando estamos tan agotados de tanto esfuerzo diario, tanto trabajo y no vemos la luz al final del túnel? ¿Cómo podemos experimentar esa paz y alegría cuando vivimos la amenaza de una legislación federal que puede hundir más nuestra precaria economía?
En el Domingo de Gaudete aparece la figura de Juan el Bautista descrito como testigo de la Luz, como profeta de la iluminación que viene de Dios. Juan aparece diciendo “Yo soy la voz que grita en el desierto: enderecen el camino del Señor, como anunció el profeta Isaías”.
La segunda lectura de ese domingo (1 Tes 5,16-24) nos dice que Dios quiere que vivamos siempre alegres, orando sin cesar y dando gracias en toda ocasión, incluyendo los momentos de dificultad. Esa alegría echa sus raíces en el don de la profecía que anuncia que Dios siempre es fiel a su promesa y la cumple. Por lo tanto, nuestra alegría brota de la esperanza en la fidelidad de Dios a su promesa.
Los habitantes de esta Isla vivieron un gran trauma personal y colectivo que les hace difícil hasta levantarse mañana a mañana para reconstruir sus hogares, sus trabajos y la sociedad. Los miedos que ya teníamos se han exacerbado y nos han ‘ñangotado’ terriblemente poniendo equivocadamente nuestra esperanza en alguien externo que nos salve.
Solo obtendremos la fuerza de levantarnos todas las mañanas, solo volveremos a tener el coraje de vivir (como decía el teólogo alemán Paul Tillich) y de construir, solo volveremos a vivir la alegría si experimentamos al Dios fiel a sus promesas. Solo lo haremos si nos inspiramos en Juan el Bautista. Juan, como profeta, pasa por el desierto del silencio. Allí se encuentra con Dios amor y justicia. Juan el Bautista, como Moisés, Isaías y luego el Apóstol Pablo, ha vivido el encuentro con Dios apasionado por la humanidad. Desde Dios, Juan comienza a ver la vida con profundidad. Desde Él comienza a ver la vida con profundidad y contempla los errores y desvíos de Israel. Como Juan, el hombre y la mujer que experimentan en el silencio de su corazón el amor de Dios como gran consolación sale de sí, detiene su llanto por lo perdido y comienza a ver desde la misericordia sus errores y los grandes errores que su sociedad está cometiendo.
Hoy necesitamos más Juan el Bautista en la Iglesia: cristianos que descubran y vean la vida desde un encuentro personal e íntimo con Dios. Seguidores de Jesús que nos descubran que muchas veces nuestras preocupaciones son importantes, pero no son lo más importante y valioso de nuestra vida. Que nos hagan ver que las preguntas por el sentido que le quiero dar a mi vida, el estilo de relación que voy construyendo, el proyecto de sociedad que voy forjando con otros, esas son las preguntas más esenciales de la vida. Ante la tragedia del evento meteorológico que Puerto Rico vivió, es importante saber cuándo nos llegará la electricidad y el agua. Pero eso solo nunca nos llenará el corazón con la alegría más profunda de la Navidad.
Hoy, más que nunca, Puerto Rico necesita que la Iglesia sea testimonio de un coraje para vivir, una valentía para levantarse cada mañana para reconstruir una sociedad no fundamentada en ídolos, en mentiras, en manipulaciones, en proyectos vacíos. Hoy, más que nunca, Puerto Rico necesita que seamos los bautizados como Juan el Bautista, testigos de la luz, testigos de la alegría del encuentro con Dios con el Dios de la justicia, de la misericordia y de la ternura. Testigos que nos saquen de la fascinación por el confort y la técnica, que nos saquen de nuestra superficialidad. Necesitamos que nos digan: “enderecen el camino del Señor” para que salgamos de esa profunda decepción, amargura y frustración que nos encierra en esa depresión colectiva. Necesitamos que nos digan “enderecen el camino del Señor” para que veamos nuestros rumbos equivocados y torcidos, nuestros proyectos superficiales y vacíos, que al fin y al cabo nos causan una gran tristeza y nos hacen perder el sentido de la vida.
Dios por su gran misericordia nos llama a ser testigos alegres de la Luz en medio de la oscuridad de nuestro querido Pueblo y de nuestro entorno. Pero para ser testigos alegres de la Navidad nosotros tenemos que dejar que el mismo Dios nos ilumine el corazón con esperanza y alegría. Tenemos que permitirle al mismo Dios que nos arroje su luz sobre esos aspectos que aún son sombra de frustración, destrucción y de violencia en nuestras vidas.
Hoy esa palabra de Juan se vuelve Palabra para nosotros: “enderecen el camino del Señor”. Removamos todos los obstáculos para el encuentro con el Señor que tanta consolación y pasión por la vida nos da. Escuchemos el llamado a salir de nuestro vacío que no nos deja ver que ya el Señor está con nosotros (el Emmanuel) buscando llenarnos de una nueva y verdadera alegría pues no pocas veces estamos atrapados en sombras de muerte.
El Evangelio nos invita a descubrir que Jesús, la Luz, está en medio de nosotros y en medio de nuestro pueblo, hoy marcado por la desesperanza, la desilusión, la apatía, el trauma y el derrumbe. Ese es precisamente el sentido de “Gaudete” y de la Navidad: “regocíjense, alégrense, miren que ya, hoy, la luz de la gloria del Señor está en medio de nuestra oscuridad. Su gloria, su fuerza, su amor entregado, tierno y apasionado ya está en medio de nuestra fragilidad”. ¡Qué así sea!
(P. Luis O. Jiménez, S.J.)