La liturgia de la Iglesia es pedagógica. A lo largo del año litúrgico revivimos y actualizamos los acontecimientos de la historia salvadora. Es la celebración cultual de la fe memorial de la salvación. Cada acontecimiento celebrado es al mismo tiempo proclamación efectiva de que en el hoy de nuestra historia somos salvados por el Señor Jesús.

La Escritura distingue el Kairós del cronos. Es la concepción de que lo vivido, en clave de fe y desde la lógica divina, es tiempo de gracia, misericordia y salvación. Hemos de hacer una hermenéutica muy actual de nuestro acontecer. Descubramos la presencia misericordiosa de Dios que nos sostiene, anima y fortalece.

Puerto Rico entra en este Adviento en un momento especialmente significativo. Aún muchos siguen padeciendo aflicción, carencias, precariedad y desesperanza. El embate del fenómeno natural que nos devastó ha provocado dolorosas heridas en nuestro terruño. Muchos tuvieron significativas pérdidas y todos sufrimos las consecuencias de su ensañamiento.

Al igual que observamos la naturaleza renovándose, reverdeciendo, contemplemos el espíritu de lucha e ilusión de nuestros pobres y desvalidos.  Que hermosa la sonrisa de quienes lo han perdido todo menos la esperanza. Que ilusión manifiestan quienes al recibir cual bálsamos para sus heridas un poco de auxilio expresan gratitud y confianza en que Dios no les abandona. Cuántos al decir gracias lloran emocionados porque reconocen la presencia de un Dios providente en sus vidas.

Como la guajana brota y las espigas se levantan, así ha de mostrarse nuestra vida e historia. Resurgimos de las cenizas destructivas, nos ponemos de pie después de la caída. Es el reflorecer, reverdecer de la vida en ruinas.

Adviento es anuncio de esperanza. Alguien viene, alguien llega. Mejor aún renueva su permanente presencia. Nunca nos ha dejado. En nuestro hoy quiere hacerse más presente, nos pide disponer el corazón y prepararnos para darle una cálida acogida.

En medio de nuestra precariedad debemos aprender las más hermosas lecciones. Desde mi apreciación la más impresionante lección la resumió una mujer anciana.  Cuando le pregunté un tiempo después del evento catastrófico, cómo te sientes, cómo lo vives, hizo esta sabia reflexión. Su respuesta fue, estoy feliz, este tiempo sin luz, sin comunicaciones, ha hecho que mi familia vuelva a estar unida, que nos sentemos juntos a la mesa, que recuperemos lo más importante.

Lo más importante es sentirnos y sabernos amados, estar cercanos, compartir lo que somos y tenemos, tal vez muy poco, pero ello nos hace fuertes, fraternos, solidarios.

Reconstruyamos, renovemos sobre todo el corazón. Recibamos la visita del Dios que se hace cercano, que viene a nosotros en la más radical pobreza. Nos muestra que el camino a la vida es ser libres de las ataduras que encadenan y nos restan humanidad. Dios viene a nosotros en la fragilidad y precariedad, en la pobreza y sencillez. Se hace necesitado, Él que es dueño y amo de todo.

Desistamos del desanimo y la desesperanza. Hay razones para celebrar, para vivir alegres y entusiastas. Somos amados de Dios.  Hagamos que nuestro corazón sea el verdadero pesebre que acoge al  Dios humanado. Alumbremos el interior de las buenas obras, sobre todo de la caridad hoy tan necesaria para muchos. Que todo adorno exterior sea reflejo de la disposición para amar sin medida, irradiando a Quien nos amó hasta el extremo.

(Padre Edgardo Acosta)

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