Hace 25 años que Monseñor Rafael Grovas Félix tuvo su pascua, su luminosidad que fue un acercamiento real a la circunstancia vital. Revestido de una vocación sacerdotal, moldeada en los estudios eclesiásticos, y oración profunda, pudo salir airoso, por sus conocimientos humanos y culturales, al acercarse al ser humano herido y atormentado. Su trasparencia de fe le ayudó a poner su casa en medio de la soledad, en el corazón de la Diócesis Criolla, en diálogo con el mundo contemporáneo, iluminado por el Vaticano II.

Fue obispo emancipado por el Concilio y la Diócesis de Caguas se engalanó con un entusiasta de la enseñanza de la Iglesia. Desde su escritorio, con concienzuda verdad, a expensas de una tenue luz, hilvanaba el pensamiento vivo y alargaba su corazón de pastor para acercar al hombre y a la mujer a los nuevos retos; a descifrar el misterio de Cristo aprendido en las montañas que constituían un hito en la Diócesis de Caguas.

Aunque fuerte en sus convicciones, retrocedía cuando había afectado negativamente a alguien o había sido un poco injusto. Sabía revestirse de virtud para no lacerar la justicia y la misericordia, para mantener su abolengo de fiel discípulo. Con esa ascesis vital pudo granjearse una multitud en fervores de amor y esperanza, y forjó un liderato de usted y tenga, una ganancia para la Diócesis.

En su apretada agenda siempre sacó tiempo para visitar las parroquias y transitar en un jeep, volkswagen, camioneta. Nunca condujo un vehículo y dejaba boquiabiertos a los parroquianos al verlo llegar en carro ajeno, con su carácter a contrapelo de las circunstancias. En cada actividad se codeaba con todos y participaba en la mesa servida de manjares puertorriqueños, una linda ocasión para revivir su puertorriqueñidad; una entusiasta acogida por lo de aquí, que siempre deleitó sus sentimientos patrios.

Fue obispo en carestía, en pocos recursos económicos, en desacuerdo con el simplismo y las aventuras al margen. Sus argumentos eran meticulosos, una muralla para no dar paso a los incipientes amagos frívolos que estremecían su persona y sus responsabilidades. En la colindancia de alegres memorias, no faltaron los residuos del mal, del acecho de la mente enquistada, maltrecha por la inconformidad.
Mi deuda es con Monseñor Grovas porque el día de su entierro dije desde el ambón que defenderíamos su legado que para mí fue un regalo, una bendición para estos días angustiosos, traumáticos. Mi lealtad es para Cristo, el Señor, pero Monseñor Grovas dio la clase magna, abrió un tesoro para la Diócesis y sentó las bases para subsanar la bancarrota social y moral que hoy lamentamos. Frente a su tumba, elevamos una plegaria por su alma y nos lanzamos a la aventura de una Diócesis que detesta las apariencias y acoge con beneplácito las enseñanzas robustas de Monseñor Grovas.

(Padre Efraín Zabala)

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here