Nélida Hernández
Consejo de Acción Social Arquidiocesano
Uno de los enunciados constitutivos de la Doctrina Social, según esbozado en el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia (CDSI), establece que: “La Iglesia camina junto a toda la humanidad por los senderos de la historia”. En ese caminar, acompañando a la humanidad como Madre y Maestra, la doctrina cristiana exige la transformación de las realidades sociales, fundamentada en la paz y la justicia. Consciente del grave daño que los procesos industriales y el deseo de riqueza indiscriminado han ocasionado al ambiente, la Iglesia también tiene una propuesta para que nos hagamos responsables de esa “Casa Común” que compartimos.
El Papa Francisco en su Encíclica Laudato si’ (2015) aborda ampliamente el tema ambiental y propone, entre otras cosas, que seamos capaces de reconocer que los recursos naturales, don de Dios, no nos han sido dados para explotarlos, sino para administrarlos y utilizarlos responsablemente. El llamado a tomar acción para evitar la explotación inconsiderada de los recursos, ha sido un tema recurrente en las encíclicas y elocuciones papales a partir del papado de Juan XXIII. La preocupación surge, porque a pesar de que ha surgido una mayor conciencia y sensibilidad con respecto a las consecuencias ambientales de los procesos productivos, no se traduce en impactos significativos que prevengan el creciente daño ambiental.
El panorama actual no es prometedor. La contaminación por residuos de los métodos utilizados para generar energía, el impacto ambiental de los vehículos de transporte, el uso indiscriminado de fungicidas y fertilizantes en los suelos, el manejo de la basura, la desforestación, provocan cambios en el clima, destrucción de ecosistemas y cambios en los niveles del mar. En su evaluación de la situación ambiental en el mundo actual, el Papa Francisco concluye: “Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común, como en los últimos dos siglos” (Núm. 53). Esta situación solo puede empeorar ante el panorama de las guerras, ya que las guerras representan uno de los factores más desvastadores para el medio ambiente.
Nuestra Isla, como el resto del mundo, también ha visto los efectos de esta falta de cuidado y preservación de los recursos naturales. Como ejemplo, podemos mencionar el problema de las playas. Durante los últimos años, los niveles del mar han erosionado y modificado nuestras costas en forma significativa. Al hablar de este problema; Aurelio Mercado, profesor de oceanografía física de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez, menciona que anualmente se experimenta un aumento en el nivel del mar de aproximadamente 1.84 milímetros. Aunque esta cifra parezca insignificante, la realidad es que, a largo plazo, representa una amenaza para todas las construcciones que se encuentran a la orilla del mar. Para reconocer la magnitud del problema, se ha identificado que el 60% de las playas, de las 799 millas de costas de Puerto Rico, exhiben algún tipo de erosión arriesgando vidas, propiedades y la economía de los 44 municipios costeros donde residen 2.3 millones de personas.
Los estudiosos pueden proveer recomendaciones eficaces para contra restar la erosión y proponer actividades de conservación y mitigación de daños al ambiente, pero a largo plazo ninguna medida resultará eficaz, si no nos transformamos de una sociedad de consumo voraz a una de conservación. Cada uno de nosotros tiene el deber, ante Dios y sus hermanos de proteger el planeta. Tenemos una responsabilidad para con las generaciones futuras: no nos podemos consumir el planeta y dejar solo desechos a los que vienen.
El CDSI define al medioambiente como un bien colectivo, que no puede, en justicia, ser utilizado impunemente. Es la responsabilidad de todos conservarlo, incluyendo el derecho a su disfrute por las generaciones futuras. La utilización de los recursos debe ser solidaria y no debe estar sujeta a consideraciones mercantilistas. “La actitud que debe caracterizar al hombre ante la creación es esencialmente la de gratitud y el reconocimiento: el mundo, en efecto nos orienta hacia el misterio de Dios, que lo ha creado y lo sostiene”. Esta actitud requiere una conversión, reconociendo que del Señor es la Tierra y cuanto la llena, el mundo y todos sus habitantes (Sal 24, 1).
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