Me refiero a la canción de Alejandro Fernández Me dediqué a perderte.  Verso a verso va analizando el autor el deterioro que silenciosamente perfora esa relación de pareja. Es una maravillosa autocrítica.  Es la admisión de que el estado de soledad, depresión, desánimo, en que la pareja se encuentra en ese momento, se ha producido por el silencioso olvido de gestos, palabras, actos. Se llega así, sin darse uno cuenta, a lo que llamamos divorcio emocional, esa separación de almas a pesar de que continúa la presencia de cuerpos. Es la casa que el emigrante dejó abandonada para irse a Orlando, y supuestamente a buen seguro. Se marchó a otro país, nadie ha entrado en esa casa, pero al regresar la encuentra llena de humedad, hongos, incluso sabandijas. Lo que no se cuida se deteriora. Como lo que no se verbaliza, no existe.

Las frases describen gráficamente a los causantes del deterioro actual.  “No te besé en el alma cuando aún podía, los gestos de cariño eran superficiales, por fuera, no llegaban a lo hondo de la persona; ni expresaban lo que honestamente se sentía”. “Y yo que no me daba cuenta cuánto te dolía” no se captan los gestos de frustración de la otra persona. Están allí.  Como estoy con otras preocupaciones en la cabeza “no me doy cuenta” del vacío que sufre esa persona.  La inconsciencia en que se entra por este estado emocional llega a “nunca me fijé que ya no sonreías”, “que ya nada me decías”, “que ya no me sentías, que ya ni te dolía”.

A veces la única forma de despertar de este estado de inconsciencia, sea de él o de ella, es cuando aparece la maleta en la puerta, la demanda de divorcio, la huida del cónyuge a casa de sus padres, la explosión de la crisis. “Me dediqué a no verte y me encerré en mi mundo y no pudiste detenerme; y me alejé mil veces, y cuando regresé te había perdido para siempre”. Algunas parejas tienen suerte cuando llega este momento de explosión.  Algunos despiertan y buscan ayuda, algunos llegan por fi n a la autocrítica. Dejan de señalar con el dedo a la otra persona, y se preguntan: “¿Dónde yo lo habré dañado sin darme cuenta?”. Sería entonces un momento de gracia si ambos se comprometen a trabajar la situación. Digo ambos, porque los tranques no vienen siempre de un solo lado.

“Me dediqué a perderte” ¿y por qué no te dedicas a ganarlo? ¿Y por qué no decides ahora esta evaluación de lo que está pasando en la tarea recibida en la boda, de crecer juntos? Al que le decía a San Agustín que: “Algún día me convertiré”, le ripostaba el santo: “Si algún día, por qué no ahora, y si no ahora, ¿por qué algún día?”. En mi práctica pastoral he percibido las dos respuestas: los que ya tristemente no quieren ‘bregar’, y los que, en humildad, comienzan el ascenso. Siempre he pensado que es bueno para la pareja que, de cuando en cuando, se sienten uno frente al otro para verbalizar qué agradezco de lo sucedido recientemente entre nosotros, y qué me preocupa, me cuestiona, me perturba de esta situación. Es como el examen de conciencia en que agradezco al Señor el don recibido en el día y reconozco y pido perdón por el error cometido.

El problema del estado emocional que examinamos lo expresa el autor: “Y me encerré en mi mundo y no pudiste detenerme”, “y me ausenté en momentos que se han ido para siempre”. Y deplora que lo que sucedió fue que “no te llené de mí cuando aún había tiempo”. “Porque no pude entender lo que hasta ahora entiendo”.  Las experiencias matrimoniales, como la de Renovación Conyugal, se dirigen a ese proceso de despertar, para “hacer de tu matrimonio algo diferente”.

P. Jorge Ambert, S.J.

Para El Visitante

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