Este pasado 11 de octubre, nuestro Santo Padre, el Papa Francisco celebró una Misa especial en la Basílica de San Pedro, conmemorando los 60 años del Concilio Vaticano II. El Evangelio fue el de San Juan 21, 15-19, que relata el incidente cuando Jesús le pregunta a Pedro, ‘Me amas más que estos…’ En su homilía el Papa señaló que el Concilio Vaticano II se podía interpretar como una respuesta a esa pregunta tan delicada. Señaló además, que ese Concilio mostró lo esencial de la Iglesia, ‘locamente enamorada de Jesús y de aquellos que viven su Evangelio’. Esa fecha conmemoraba también la fiesta de San Juan XXIII, que fue quien ideó ese Concilio y lo inauguró.
A 60 años desde el Concilio Vaticano II, sería recomendable para todos los seguidores del Señor Jesús, que se cuestione qué impacto ha tenido ese evento eclesial en la vida espiritual personal y la vida de la comunidad parroquial. En la perspectiva histórica, eventos eclesiales no impactan su vivencia de inmediato. El tiempo es el que en último caso da a conocer las consecuencias de cualquier cambio, sea local o universal. Se ha dicho que ese evento del Concilio Vaticano II, fue sin duda alguna, el más importante del siglo. La vida espiritual de todos los bautizados ha quedado impactada, con consecuencias irreversibles. Como ejemplo de este hecho, se podría mencionar la Constitución de la Iglesia en el Mundo Actual (Gaudium et Spes). Se señala en particular, el capítulo 1, donde se enfoca la dignidad del ser humano, en su dimensión humana y espiritual. Se insiste en la libertad del ser humano y su búsqueda del misterio de Dios.
Es riquísima la doctrina de la Iglesia respecto al laicado, consecuente a este importante documento. Si se cuestionara sobre cuál sería el cambio más radical que se vive hoy en día en la Iglesia de Jesucristo, sin duda, se reconocería, que es la multiplicación de los ministerios laicales a nivel de diócesis y de parroquia. Impresionante es visitar una parroquia y notar el liderazgo asumido por hombres y mujeres que generosamente colaboran en el servicio litúrgico y pastoral de la comunidad de fe. Es de gran inspiración ver la presencia nutrida de laicos en las escuelas de teología y de ministerios pastorales. Impactante es evidenciar una liturgia “viva y vibrante”, rica en ministerios laicales en algunas parroquias. Se nota por supuesto, que el Párroco ha sido el líder en promover y motivar esos ministerios, desde la catequesis hasta la liturgia comunitaria.
Lo mencionado, nos lleva a caer en cuenta, que la liturgia parroquial, es la “cara de la parroquia”. Es esa liturgia la que muestra claramente, la diligencia del párroco local, en agilizar y aprovechar al máximo el compromiso bautismal de sus fieles. Como, por supuesto, lo contrario, o sea la ausencia de los laicos, da evidencia de la indiferencia de un pastor que no se ha preocupado por poner su pastoral al día. Gracias a Dios, hoy por hoy, estos son una minoría.
La gran mayoría de los programas catequéticos en la parroquia, están a cargo de un laico/a. En otros tiempos, ese ministerio se reservaba exclusivamente para una religiosa. No parece apropiado argumentar que actualmente los ministerios laicales han surgido como consecuencia de la ausencia de las religiosas. ¡Ese tema sería debatible!
De nuevo, a sesenta años del Concilio Vaticano II, esta ‘esposa de Cristo’ se ha renovado sorprendentemente, bajo la guía y el impulso del Espíritu Santo. Hay energía evidente, efervescencia contagiosa y un gozo de gran inspiración que sostiene y adelanta todo el desafiante trabajo de la evangelización.
La delicada experiencia de la ‘colaboración en los ministerios’, es el fruto de un esfuerzo lento, pero seguro. Es el Párroco quien, en su diligencia como líder, va capacitando a los laicos a asumir las responsabilidades de la pastoral. Obviamente, esa experiencia de colaboración pastoral presume la apertura, diligencia y puesta al día del Párroco.
Domingo Rodríguez Zambrana, S.T.
Para El Visitante