Hoy te recordamos, amado hermano, como si hubiese sido ayer tu partida. Damos gracias a Dios porque nos ha llevado de su mano en este difícil proceso. A la verdad, que fuimos tan bendecidos y muy unidos el uno con el otro; como te decía el primer año, “almas gemelas”. Cuánto más nos peleábamos, más nos amábamos y seguimos amándonos. Señor, qué instrumento hermoso utilizaste en nuestra formación y de tantos otros hermanos MLR. Cada día vivimos más enamorados de Ti, Jesús y de todo lo que nos huele a Ti. Miguel, tu pasión por nuestro Redentor y por nuestra Madre del Perpetuo Socorro, como primera Misionera, supiste trasmitírnoslo a cabalidad.
Para nosotros, no ha sido fácil seguir tu ejemplo y tus huellas, que tanto marcó nuestras vidas.
Sentimos una gran responsabilidad en nuestro caminar y poder testimoniar la fe y el amor que, poco a poco, ha ido llevando nuestras vidas. Aunque también, a veces somos fuertes, muy peculiar en nuestra familia, nos esmeramos para llevar el Evangelio, o sea, a Jesús, a los que más difícil se nos hace. ¡Qué hemos salido trasquilados, claro que sí! y de eso es que se trata la vida de los que queremos seguir a nuestro Redentor, sin importar las consecuencias. Pero tenemos que hablar con Dios para poder hablar de Dios a nuestros hermanos, testimoniando más con nuestras vidas que con las palabras. Hay que anunciar y denunciar a la vez; así tú nos lo enseñaste, Miguel, con qué fuerza lo expresabas. Para unos estaba bien, pero no para otros. ¡Cuánto extrañamos tus prédicas!
Ahora, en el ocaso de nuestras vidas, Dios es y ha sido siempre nuestro Norte, nuestra primera prioridad. Ayúdanos, Padre bueno, con la bendición de nuestro amado Miguel, a continuar caminando como él nos enseñó. Hay que salir de la comodidad para entrar por el camino estrecho, o sea, vivir el mundo al revés. Solo así, alcanzaremos la corona eterna que el Señor tiene preparada para todos sus hijos. Vale la pena el esfuerzo porque nuestra vida plena se ha de alcanzar a nuestro regreso a la Casa del Padre, donde todos celebremos ante su presencia. Gracias, Señor y que ninguno se quede a mitad de camino por no hacer tu Santa Voluntad.
¡Con todo el amor y gratitud que permea en nuestros corazones, te amaremos eternamente, Miguel!
Luz M. García y Ángel Conti, MLR
Para El Visitante