“Si soy así, qué voy a hacer, si ya la vida no me quiere comprender”. Recuerdo la letra de esa canción yo niño. Es el reclamo que reconoce mi ser propio y quiere que los demás también lo reconozcan y acepten. Es como la otra canción del grupo Sueño de Morfeo en que una joven medio loca grita “Esa soy yo”… y va describiendo su modo de ser, ingénito en ella, que los demás deben aceptar. Es el sello que arrastramos desde que fuimos concebidos, presente en los genes, y en los usos de la familia en que nacimos. Allí me escribieron el libreto a representar en el teatro de la vida. Y viene desde que la vida misma la recibía en el vientre de mi madre a través del cordón umbilical.
Es una realidad a tenerse en cuenta por los que se comprometen a compartir toda una vida en el matrimonio: te casas no solo con esta persona que te agrada y atrae, sino en ella te casas con su familia. Esa va a estar presente, no solo en las agradables ayudas de los suegros. También en las manías de la suegra que se mete en todo. En cierta manera, no en forma determinante y absoluta, la huella de los suegros o educadores de tu ser amado, estarán presentes en tu nueva vida. No solo en la nariz regordeta o en el color de los ojos. En la forma de ver la vida y funcionar en ella. En los valores. En las manías. ¿Y por qué no? También en las buenas costumbres. Se puede modificar, sin duda, esa imagen, pero en lo profundo está escrita con tinta china. El cabro siempre tira pa’l monte, dice el refrán popular.
Esa consideración es un punto a explorar por las parejas mientras se van conociendo para emprender el compromiso perpetuo del matrimonio. El papá de la jibarita, cuando la hija le presentaba a su novio, le preguntaba: ¿y de qué nido bajó este pájaro? El nido era la familia que había criado a aquella persona. Era el apellido, lo que se murmuraba de esa familia en el barrio. A veces la pregunta iría por la preparación o los bienes que pudiesen venir con esa persona. Era también la fama buena o mala que corría sobre esa familia en el barrio, lo que se conocía de sus hazañas o costumbres. Porque el padre jíbaro intuía que, eso que había ocurrido en la educación de ese hijo, se retrataría de algo modo también en la vida con su hija.
El título de un libro era algo así como “Todo lo que debía aprender para la vida lo aprendí en kindergarten”. Es teoría de psicólogos que la educación y costumbres que se imponen al niño en esas primeras etapas de estar bajo sus padres, va a presentarse, más fuerte o más levemente, en la conducta de esa persona. Casi siempre es por imitación. El varón aprenderá lo que debe ser la figura varonil en la conducta, exigencias, hablares de su padre. Lo mismo la niña de su madre. Allí se encuentra la primera imagen de lo que es ser niño o niña en esta sociedad. Puede ser que, por grandes sufrimientos o rechazos, la actitud resulte al revés: por reacción me determino a actuar de manera diametralmente opuesta a lo que me exigieron. Pero la impronta de los padres sigue igual. Hay alguno que le dice a la muchacha “fíjate cómo se porta este con su madre”. Porque se supone que también se portará así contigo, que eres mujer como ella.
No podemos decir que estemos determinados por un hado fatal, como en la tragedia de Edipo, que me conduzca fatalmente a matar a mi padre, casarme con mi madre, y que mis hijos sean mis hermanos. Pero no podemos negar el influjo. Lo importante es que reflexivamente yo examine qué traigo, cómo se me impuso, que positivo logró entonces, qué positivo lleva en si de veras para la vida. Y entonces decidir para mi futuro. Nunca cambiaremos totalmente lo que somos. Pero podemos modificarlo. El hacerme consciente continuamente del defecto me ayuda para eso. De San Ignacio se escribe que tenía un carácter impulsivo, con reacciones violentas a lo que entendía desdoro propio. Por obra de la gracia llegó tanto a dominar su carácter que en cierta ocasión, cosiéndole el enfermero una venda, se equivocó y le clavó la aguja en la oreja. Ignacio reaccionó suavemente “hermano, mire bien por donde lanza la aguja”. En otro tiempo tal vez la respuesta hubiese sido un taco muy español.
P. Jorge Ambert
Para El Visitante
Mi Padre Ambret, cuanto te amo. Estos escritos que sacan una carcajada de realidades. Gracias a Dios Padre por tenerte aca6co nosotros.
Un abrazo, fuerte.